El mundo que fue

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Mañana es solo un adverbio de tiempo, dice una canción de Serrat. Un par de astrólogas o tarotistas argentinas decían no hace mucho, cuestión de meses, que el 2020 sería un gran año, uno “para depositar la fe en lo que el universo tenga para darnos”. Al año le quedan unos meses, tal vez el universo se guarde algunas sorpresas.

Ya lo había dicho antes, quizá con otras palabras, cada año es un mejor año para la humanidad. Eso es lo que dicen las cifras. Un tal Nicholas Kristof, desde hace un tiempo, cada diciembre, resume en su columna del New York Times los datos que sustentan los avances. Y sin embargo…

La pandemia no ha hecho más que dejar en evidencia lo que hemos construido: un complejo sistema de desigualdades al que nos aferramos pidiendo volver a la normalidad, pero sigue siendo el mismo clavo ardiente del que pendíamos todos antes de que este asunto empezara.

Me sumo al coro de pesimistas que cree que no cambiarán mucho las cosas. Que no saldremos convertidos en mejores personas, ni haremos parte de una sociedad más solidaria ni equitativa y que de nuevo, en las urnas, ganarán los mismos que esquilmaron la salud pública y que primero envían militares bien protegidos contra el contagio adonde unos pocos médicos tratan de evitar, con menos de lo necesario y como mejor pueden, que el coronavirus arrase con la gente.

Volveremos, cuando esto pase, al mismo mundo que fue, al que ha sido, al que sigue siendo. Al de las leyes del mercado y el de “es la economía, estúpido”, a pesar de que quedó en evidencia que “es el trabajador, zoquete”. Seguiremos viviendo en un mundo desigual, donde todos estamos en el mismo mar, pero unos van en yate y otros en chalana. 

Ah, pobre tonto afortunado que soy, temerle al coronavirus cuando hay gente que le tendrá que seguir temiendo al hambre. ¡Que alguien baraje de nuevo el tarot!


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