El científico y el bufón

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El pasado febrero murió Luc Montaigner. Que quién era. El ganador del nobel de Medicina en 2008 por ser uno de los descubridores de ese otro virus que sigue por ahí dando lidia. Montaigner lo denominó LAV, hoy lo llamamos VIH.

Hubo una pelea por la autoría del hallazgo. Se cruzaron cartas y acusaciones. Reagan y Chirac mediaron en la pelea. Fue el Instituto Karolinska el que zanjó el asunto.

Hay quienes son capaces —y son legiones— de borrar con el codo lo que han hecho con la mano. Hay quienes pierden la fe y quienes se la reinventan. Luc Montaigner fue uno de esos. Le dio luces al mundo de la ciencia para perderlas él mismo, dilapidando su reconocimiento al lado de la pseudociencia: dijo que era posible curar el autismo con antibióticos y que el párkinson se supera siguiendo una dieta de papaya fermentada.

Repudiado por sus colegas, encontró refugio en los movimientos antivacunas e, incluso, decidió ponerle trabas a la lucha contra el virus que le dio el Nobel.

Aseguró que el SARS-CoV-2 era un invento de laboratorio. El tiempo no le dio la razón. Apostó, también, contra las vacunas que demostraron ser eficaces para salir de esa pandemia (para poder enfocarnos en la guerra, por supuesto, porque para ir de tragedia en tragedia está la humanidad).

Algunos se salen un poco del camino y se topan con la genialidad o la belleza. Otros, simplemente, se van por el desfiladero. Cómo culparlos, si tal vez ese el destino que como sociedad nos fijamos.


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