Despedir

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Nicholas Kristof publicó, en su columna en el New York Times, que 2018 había sido el mejor año de la humanidad. Repitió la columna luego en en 2019. Los datos, así en bruto, parecían darle la razón. Menos mortalidad infantil, más acceso a servicios públicos, menos analfabetismo… No para todos, claro. Cosas de las estadísticas: si tu tienes dos casas y yo ninguna, en el papel dirá que el cien por ciento de la población tiene vivienda.

No lo hizo en 2020 ni en 2021. Atravesados por la pandemia, supongo, es difícil argumentar que fueron buenos. No sé si lo hará en 2022, porque tampoco estuvieron fáciles estos 365 días. Basta recordar que en febrero estalló el polvorín en Ucrania.Ç

Si los columnistas nos aferramos a una idea para volver a ella de vez en vez, la mía es una pesimista: que como humanidad ya dejamos atrás nuestro mejor momento y vamos en bajada, pisando el acelerador a fondo.

Y sin embargo… Que se acabe un año es apenas un giro más del carrusel cuando ya no se distingue bien cuál fue el caballo que se eligió para llevar la cuenta. Aunque eso no significa que no espere que 2023 sea mejor. Un año que nos alcance, sino para salvarnos, por lo menos para redimirnos como especie. Uno donde aprendamos a convivir con los otros. Uno en el que ojalá seamos felices. Aunque eso es cargar con mucha responsabilidad a este invento de dividir la traslación de la Tierra en 12 meses.


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