Desmentir

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Desmentir. ¿Qué más nos queda? Ante la abundancia de desinformación —la de los malintencionados, la de los ingenuos, la de los contadores de verdades a medias que son también medias mentiras— toca ir de aquí a allá buscando desenredar la madeja para encontrar lo cierto entre los infundios.
Vuelve a pasar ahora que la Comisión de la Verdad ha presentado su informe. Porque hay quienes, ante el doloroso relato de lo que fuimos —o somos, aún—, ante las indignantes cifras de lo que hicimos —y seguimos haciendo, parece— prefirieron el absurdo camino de las sandeces que el del reconocimiento para ver si, de una vez por todas, pasamos de la sociedad que nos merecemos a la que deseamos.
Y entonces hay quienes, ante el espejo que nos devuelve una imagen del horror que como sociedad permitimos —y si escribo esto en plural es porque las aguas de la acción, la omisión o la indiferencia son caudalosas— prefieren negar el reflejo o quebrar el espejo, quizá, deseando no haber visto nunca aquella imagen.
Pero no es posible ahora, no puede volver a serlo. No puede ser que aquellas 50.770 personas secuestradas, aquellos 121.768 desaparecidos, esas 450.664 asesinadas y los 7.7 millones de desplazados violentamente sean solo cifras debatibles y no certezas de nuestro pasado violento y sanguinario.
No puede ser que haya quien lo niegue y entonces mienta. Tal vez porque necesite acallar no sé si su conciencia o sus temores o sus caprichos o sus culpas.


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