Deshumanizar

Tienes 84 años (pero igual da si son 20 o 50) y sales a dar un paseo por tu barrio. Vas por una calle de París (pero pudo haber sido Nueva York o Medellín, si en Medellín las temperaturas bajaran tanto como en París o Nueva York) y de pronto se te va el mundo, caes al piso cuan largo o corto seas, ido, inconsciente.
Y ahí te quedas, ahí te dejan (¿te dejamos, debería escribir?) mientras el frío hace lo suyo: respiras cada vez más lento, el corazón te late más despacio y te vas quedando helado, mortalmente helado.
Lo escribió Hans Christian Andersen en el siglo XIX, lo vivió (¿”lo murió”, acaso es posible?) el fotógrafo René Robert el 19 de enero. Tropezó, se fue de bruces, desmayado. Estuvo nueve horas a la intemperie. La madrugada del 20 alguien dio la alerta. Ya para qué.
No sé (cada vez lo sé menos) si debemos seguir conjugando como si nada el verbo humanizar. No solo por la muerte de René Robert, sino por las tantas similares a la suya.
No sé, tampoco, si hubiera actuado distinto a los cientos de personas que vieron aquel cuerpo en el suelo y nada hicieron, acostumbrados como estamos a asumir como paisaje que hay quienes se cobijan con el papel en donde se imprimen estas letras. Aprendimos, sí, a mirar hacia otro lado.
No sé (¡y vaya que quisiera saberlo!) qué revulsivo necesitamos para merecernos una mejor suerte como especie. Quizá ya no tengamos esa posibilidad.