Desaparecer

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¿Adónde irán las palabras que desaparecen? ¿Cómo será ese universo lleno de vocablos que ya nadie pronuncia? Se supo hace semanas —meses, quizá— que la última hablante del yagán había muerto y con ella, una lengua más. ¿Y si una de esas palabras perdidas para siempre escondía, quizá, la definición del universo entero?

Leo que cada dos semanas desaparece una lengua en el mundo y que el 43 por ciento de las 6.000 lenguas que se estima que se hablan en el planeta están en peligro de desaparecer. ¿Cuántas formas habrá allí para los conjuros y la poesía?

El español acusa multitud de hablantes —400 millones de personas lo hacemos de forma nativa—, pero en el último siglo 2.800 palabras han sido retiradas del Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Han muerto ya quienes las usaban, quizá. Hemos perdido la capacidad de comprenderlas, también.

No está más, por ejemplo, cherinola (junta de ladrones o rufianes) ni guzpatarero (ladrón que agujerea y horada las paredes), un par de términos de eso que se llama germanía, que es pariente del lunfardo y el parlache. No usamos más camasquince (persona entrometida) ni baratista (persona que tenía por oficio o costumbre trocar unas cosas por otras), que ahora se me antojan tan necesarias.

¡Qué ganas me entraron de comprar una estampilla, de anotar mi dirección como remitente, de escribir una carta donde use la palabra aglayo y terminarla con una posdata! ¡Qué necesidad esta de enviar, aunque sea, un telegrama!


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