Decidir

decidir

En Colombia es fácil morirse. Excepto si uno ha decidido (porque es decisión de cada cual) morir dignamente, pues entonces se te viene encima todo el aparataje de un estado incapaz de lidiar con las convicciones de unos y las creencias de otros, anteponiendo los prejuicios a la libertad de elegir el cuándo y el dónde morir.

El caso más reciente fue el de Yolanda Chaparro, quien luchó durante un año entero contra un sistema de salud que se mantiene atado, por medio de mecanismos legales, a la idea de que vale la pena vivir solo porque el corazón sigue latiendo, condenando a aquellos que han decidido que no vale la pena cada respiro si cada uno de estos no es más que una precaria prolongación del sufrimiento, sin importar que la eutanasia sea legal en Colombia desde 1997.

Allí donde se habla de crónico, degenerativo e irreversible, hay quienes tienen la lucidez para saber hasta cuándo vale la pena, no luchar ni resistir, sino vivir con la dignidad que quieren para sí mismos. Y no estoy hablando de mantener la cabeza en alto y el gesto adusto mientras se disimulan los dolores, sino de la posibilidad de disfrutar de lo que cada quien considera que hace que valga la pena estar vivo, que cada quién sabrá definir qué es lo que le da valor a su propia existencia.

Nunca está de más recordar, que se trata de una opción, no de una obligación. Yolanda sí lo supo. Su lucha fue la lucha de muchos. Que la tierra le sea leve.


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