Cuestionar

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¿Quién dio la orden? La pregunta sigue siendo válida porque aún no tenemos la respuesta completa. Y no, no es delito hacerla. Y no, no está mal haber pintado un mural con los rostros de la cúpula militar de aquellos años de engaños y ejecuciones de civiles. Y no, tampoco afecta el buen nombre ni la honra ni el debido proceso de quienes están allí retratados en ese mural que, desde 2019, nos recuerda —si es que acaso es posible que alguien lo olvide— que miembros del ejército participaron en el horror que llamamos falsos positivos.

La Corte Constitucional lo dijo hace un par de días: el mural y lo que contiene es de interés público y hace parte de un ejercicio ciudadano de control sobre el poder político.

La cifra, la que sabemos, la que nos dio la JEP, es dolorosa. Lo sería incluso si fuera uno solo, pero es que fueron miles. Por lo menos 6.402. Escalofriante. Y querer silenciar a quienes cuestionan es otra forma de censura. “Los ciudadanos tienen el derecho de denunciar de manera pública hechos que consideren irregulares y que sean atribuibles a servidores públicos”, argumentó la Corte Constitucional.

En el fondo lo que está es el derecho a cuestionar y la necesidad de hacerlo. En murales, en periódicos, en charlas con amigos, en manifestaciones públicas, en la música, en la poesía, en las tablas… Cuestionar como resistencia, vivir a la enemiga como mantra.

Nos ha faltado hacer y hacernos preguntas, nos han sobrado certezas. Recuerdo ahora un aforismo de Ramón Eder: “Los dictadores son imposibles sin una masa que les aplauda”. Agregaría yo que dudar te evita caer en esa masa.


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