Cuando esto pase

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Cuando esto pase, dicen. Decimos. A los parientes, a los amigos. Y ponemos en esa frase toda nuestra esperanza. Cuando esto pase. Y es del virus que hablamos, claro, con la certeza de volver a eso que fuimos y que volveremos a ser, sin duda. Saldremos de esta, como hemos salido de otras.

Pero no sé yo si “cuando esto pase” tendría ser más que eso, más que el deseo de estar en lo que llaman la nueva normalidad, que no parece muy distinta de la misma normalidad de siempre.

“Cuando esto pase” debería ser, también, o tal vez más, el final de esta guerra que algunos insisten en no dejar morir, el acabose de este desangre de líderes sociales que no cesa en Colombia —y que el Gobierno se niega a reconocer en sus dimensiones reales—, los últimos días de esta sociedad que fuimos construyendo, desigual e inequitativa, que la pandemia ha hecho más evidente para quienes no lo habían notado todavía.

Quizá “cuando esto pase” sea un lamento por todo eso a la vez, un mantra para conjurar lo que no termina y cada quién tendrá sus urgencias: el encierro, los mezquinos en el poder o nuestro ya consabido fratricidio, que parecen ser parte de lo mismo: un apocalipsis a cuotas.

Lo dijo mejor el mexicano José Emilio Pacheco, muerto en 2014, en un corto poema que ronda estos días por las redes sociales. “El fin del mundo ya ha durado mucho / Y todo empeora / Pero no se acaba”.

Para conjurarlo, “cuando esto pase” debería ser, más que un asunto de fe, un objetivo, un lugar hacia el cual tirar todos juntos, una idea de sociedad, una utopía de esas que se reclamaban en mayo del 68: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”.


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