Caradurismo

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El caradurismo va en alza. O sigue, mejor, que no ha parado de cotizarse desde hace años. ¿Que qué es un caradura? Un sinvergüenza, un descarado, dice el Diccionario de la Lengua Española. O una sinvergüenza, una descarada, también, para que esto sea incluyente.

Como una señora que funge de senadora y que quiere ser presidenta y que ha dicho que las 6.402 víctimas de los asesinatos extrajudiciales que documentó la JEP son un invento o que la educación y la salud no son derechos fundamentales, por ejemplo. Y hay quien la aplaude.

O como el señor que funge de presidente y dice hoy que “tener cuentas en el exterior no es un delito”, olvidando que hace unos años —poquísimos para que se la haya olvidado— le reclamaba al presidente que lo antecedió que aumentara los impuestos en lugar de perseguir la evasión en los paraísos fiscales. O mantener la Ley de Garantías.

O como el funcionario de turno y sus argumentos para explicar la censura en el noticiero del canal local. O como cada salida en falso del tipo que funge de alcalde. O como el fulano que firma como Registrador Nacional del Estado Civil que, en lugar de velar porque efectivamente haya garantías para las próximas elecciones y demostrar que sí las hay, invita a quien dude de ellas, a que mejor se retire y deje a un lado sus aspiraciones democráticas.

En fin, que la lista es larga y el espacio es corto para tantos que han llevado el caradurismo a cotas cada vez más altas y parecen seguir en competencia para ver quién rompe un nuevo récord. Y hay quienes les aplauden, insisto.


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