Besarse

Un par de chicos se besan y los energúmenos estallan, insultan, acusan, amenazan. Un par de hinchas, ante la falta de emoción en la cancha, se atacan a besos y en redes los censuran, los increpan, los rechazan.
Hay que besarse. Hoy más que nunca. En la intimidad, claro, pero en la calle también, donde nos vean los meapilas.
Besarse en las esquinas, el metro, los buses, los taxis, los estadios, los centros comerciales, los aeropuertos. Besarse porque liberamos oxitocina —sea lo que eso esa—, porque enamora, porque es rico, porque nos gusta y, sobre todo, porque podemos, porque nos da la gana y de malas aquellos a los que les molesta, les parece feo o inadecuado.
Besarnos en los cines, que la película sea una excusa para buscar otros labios. Que se besen los novios, los esposos, los amigos, Ellos con ellas, ellas con ellos, ellas con ellas, ellos con ellos. Que se sumen los viejos y los jóvenes. Que lo vean los niños, porque no tiene nada de raro eso de juntar una boca con otra. Y que se aguanten los censores de la moral y las buenas costumbres, que se tengan de lo que puedan los que se escandalizan, que se refugien en sus cavernas si quieren, pero que no pretendan meternos en ellas.
Démonos besos de buenos días, de buenas noches, por los cumpleaños y los cumpledías. Organicemos besatones como respuesta, hagámoslas en plazas, parques, atrios y estadios. Un beso por cada insulto. Hagamos listas de besos famosos, para recrearlos. Escribamos en las paredes ¡mua! O schmatz, mats-muts, smack, cupp, muisk, onomatopeyas de besos en el idioma que se nos antoje. Besémonos por amor, por gusto, porque sí. Besémonos hasta que se cansen de enojarse los bravucones. Y después de eso, también.