Azares

A veces pasan cosas bonitas (o por lo menos simpáticas) incluso en estos días raros en los que no suele pasar nada o casi nada.
El azar tiene maneras misteriosas de actuar. Y eso que hay formas de oponérsele. Cortázar, en El examen, propone eso del superazar y el contraazar como fórmula infalible para burlarlo, pero el método no se popularizó y es una lástima. Así que al final la sorpresa es siempre a posteriori —no puede ser de otro modo, por supuesto—, cuando no quedan más que las consecuencias y, con suerte, seremos conscientes de lo que acaba de ocurrir.
El domingo pasado, Eduardo Sacheri leyó en vivo, en su cuenta de instagram, un cuento de Roberto Fontanarrosa. Uno de esos cuentos maravillosos del Negro, llenos de humor y de una incorrección que hoy, tal vez, solo lograría el rechazo de tanto censor de redes sociales. Creo que fue ahí, a partir de la decisión de Sacheri de leer ese cuento y no otro, que se desencadenaron los hechos. Claro que hay otras causas anteriores, por supuesto, pero si hay que escoger un solo instante como génesis me parece bien que sea ese: la decisión de Eduardo Sacheri de leer Wilmar Everton Cardaña, número 5 de Peñarol, como el instante cero de esta cadena corta de sucesos.
El lunes el azar tomó forma de mensaje de voz de Whatsapp, donde se me advierte de la existencia de la lectura, para luego ser un video donde puedo verla en diferido. Ya lo oiré luego, me digo, como hago con tantas cosas que me mandan al teléfono sin llegar a hacerlo nunca. Pero no pasan tres minutos y le doy clic al video recién recibido.
Y todo va bien hasta que Sacheri lee Wilson, en lugar de Wilmar y tiene que parar en la lectura, revisar y confirmar que leyó bien. Y yo sé que así es porque recordé que en el ejemplar de Ediciones de La Flor de El mayor de mis defectos y otros cuentos, donde había leído yo hace años ese relato, también estaba el mismo error, y me quedé pensando si ese diablillo se les coló a todos los editores del Negro, así que voy por Los cuentos reunidos que le editó Alfaguara y lo busco en el índice y me dispongo a ir hasta la página 673 pasando las hojas con afán, como se hace con el dedo gordo, como cuando se es niño y se dibuja una serie de muñecos de palo en el borde de las hojas del cuaderno para luego ver cómo se mueven. Pero el caer de las páginas del libro se para de repente, interrumpido por una bolsa de esas que se usan para las escarapelas y que guarda un “no sé qué” porque no sé cómo llamarlo, que se inventó mi papá con sus iniciales, que son las mismas mías y de mis hermanos —MADC— y que yo pensaba que había extraviado. Y va y se me aparece justo el lunes, justo el 4 de mayo, justo la fecha en que se murió mi viejo.
¡Qué linda manera tiene el azar de hacer sus cosas!
Y no, en los Cuentos reunidos Wilmar en ningún momento pasa a llamarse Wilson.