¡Ay, qué hacer con vos, Medellín!

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¡Ay, qué hacer con vos, Medellín, tan bella y tan reaccionaria! ¡Cómo se desluce tu tesón con la moralina! Porque si cuento las veces que le ha dado a cualquiera de los tuyos por sacar a relucir su parte más intolerante me queda faltando espacio.

Allí unos cuantos padres firmando una carta para negarle a un par de niñas el derecho a estudiar, allá un señor escandalizado incapaz de entender la lactancia más allá de su propio morbo, acá unos fulanos que no entienden cómo puede ser posible que los niños vean que existe la diversidad sexual. Y eso apenas en las últimas semanas.

Porque también está tu homofobia, Medellín, la del tipo que acuchilló una bandera porque le teme a los colores que ondeaba. O la del fulano que amedrentó a un par de chicas por besarse en público, como si no fuera mil veces mejor una exhibición de amor que una sola muestra de intolerancia.

Qué hacer con vos, Medellín, cuando pedaleás en contrapedal. Qué hacer con los tuyos —que son también los míos, porque aquí vivimos todos— que siguen sin entender que defender los derechos de todos no es obligar a nadie a hacer aquello con lo que no está de acuerdo; que no hay problema con lo que les dicta su moral, pero que no vengan a imponérsela a los demás; que allá cada quien con sus miedos y prejuicios, pero que no quieran con ellos negar los derechos conquistados.

¡Ay, qué hacer con vos, Medellín!


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