Arrepentimiento

arrepentimiento

Me sé de memoria pocos poemas. Entre los pocos que recuerdo hay uno de Borges. Le Regret d’Héraclite: Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach. Le regret. El arrepentimiento. 

Lo leí por primera vez a los 15 años, mientras atravesaba la estepa de un amor de adolescencia no correspondido, pero lo recordé ahora leyendo que Francis Ford Coppola decidió celebrar los 30 años de El Padrino III con una restauración y un remontaje, en el que cambiará, por lo menos, el principio y el final del filme. No hay amor allí, hay regret. Arrepentimiento. 

Es cierto que El Padrino III es de menor factura que sus antecesoras y que Michael Corleone merecía una mejor despedida. También lo es que los creadores no terminan sus obras, las abandonan (a su suerte, incluso), pues corren el riesgo de desfigurarlas. 

Le pasó a George Lucas. Incapaz de olvidarse de La guerra de las galaxias, retocó digitalmente las originales, destruyendo en parte lo que él mismo había creado, hasta el punto que, cuando la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos le pidió una copia de la versión original de aquella cinta estrenada en 1977, él se negó a entregarla. Quizá ya no exista. 

Hay un cuento de Monterroso en el que un viejo organista de iglesia se topa con los movimientos finales de la Sinfonía inconclusa de Schubert e intenta, sin suerte, que el mundo se entere de su hallazgo, hasta que entiende que la revelación afectaría el mito alrededor de la obra sin terminar, que es también parte de su fama. 

Hay obras que es mejor dejar quietas, abandonarlas, permitir que se defiendan solas tan bien o mal como puedan hacerlo, o se corre el riesgo de hacer notar que eran, quizás, innecesarias. 


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