Armar

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Hay quienes piensan que esto se soluciona como en el lejano oeste, quizá por eso tuvimos un alcalde con ínfulas de Wyatt Earp. Y lo proponen sin sonrojarse, como si a este país le faltara gente armada. 

Porque vuelve y juega. Desde el Congreso (ustedes supondrán de qué partido viene la idea y seguro acertarán) proponen que se eche para atrás la actual prohibición de porte de armas porque, se dirán ellos como argumento de peso en sus divagaciones que imaginan llenas de profundidad, no hay razón para impedir que la gente —la gente de bien, por supuesto, la gente como ellos, argumentarán— ande con sus municiones de protección. Que a nadie se le niegue su Beretta, su Córdova Estándar, su Glock.

Aquí, donde hay millones de armas ilegales circulando. Aquí, donde el 57 % por ciento de los asesinatos ocurridos a febrero de 2021 (para no hacer más grande la cuenta) fueron por intolerancia. Aquí, en este país violento desde sus orígenes. Aquí, donde el discurso de la desconfianza y el miedo se ha vuelto común (¡se metieron al conjunto de al lado!, ¡nos están poniendo la vida a cuadritos!) es donde unos parlamentarios creen que la solución a nuestro problema de inseguridad es desenfundar y disparar. ¡PUM! 

Y la pregunta no es a quién se le ocurre, porque sabemos la respuesta, sino por qué. ¿Qué necesidad hay de poner más dedos sobre más gatillos? ¿Cuál es el afán de perpetuar ese gusto por la pólvora? 

Está claro que hay quienes quieren combatir el fuego con gasolina, y no porque ignoren las consecuencias, sino porque las desean. Cada vez es más obvio el carácter profético del energúmeno aquel convertido ahora en triste meme: ¡plomo es lo que viene! En el futuro, quizá, no tenga que simular que empuña una pistola.


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