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Noventa segundos. Minuto y medio. Lo que un ser humano promedio logra aguantar la respiración. Así de cerca estamos del fin del mundo, dicen los científicos.

Supe de la existencia del Reloj del Juicio final en el cómic Watchmen, del misántropo Alan Moore, luego me enteré de que era real. Está ahí advirtiéndonos del riesgo desde hace más de 70 años. 

Los miembros del Boletín de Científicos Atómicos lo presentaron por primera vez a finales de los 40. Estuvo a dos minutos cuando inició la carrera armamentística nuclear, invariable entre 1954 y 1959. Luego de la crisis de los misiles, entre Washington y La Habana, cuando pareció que el mundo se acababa, pero no, volvió a alejarse: estuvo a 12 minutos de la medianoche. La ocasión que estuvo más lejos de la medianoche fue cuando se declaró el fin de la Guerra Fría, entre 1991 y 1994: 17 minutos. 

Pero desde entonces no ha dejado de acercarse a las 12 de la noche.

En 2007 se situó a cinco minutos de la medianoche. Aquel año Corea del Norte demostró su poder nuclear y empezó a calar que las consecuencias del cambio climático tenían pinta de irreversibles. 

Ahora, la guerra de Ucrania y el aumento de las amenazas atómicas nos tienen a 90 segundos de aquel límite imaginario con el que los científicos señalan el fin. 

Ustedes ya me leen, saben qué opino de nosotros, pero lo repetiré: como especie, somos malos relojeros.


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