A quien pueda interesar

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Twitter no siempre es un sitio lleno de insultos, rabietas y peleas. Quien sostenga solo eso es que no ha sabido descubrir que hay allí, también, buen humor y algunas maravillosas recomendaciones. 

Hace unos días me tope con una de estas últimas: un podcast llamado Epistolar. Son episodios cortos donde rescatan cartas de escritores, músicos, filósofos, políticos… Cartas de amor algunas, rutinarias otras. Cartas que tienen como destino amores, amigos, amantes, pacientes, gente que se quiso y se dejó de querer. Cartas que intentan salvar vidas sin llegar a lograrlo (como la que le envía Cortázar a Alejandra Pizarnik), que rechazan premios, escritas desde la cárcel. Cartas escritas con humor, con dolor, con rabia. Cartas llenas de esperanza por el cambio que los reaccionarios volvieron pesadilla. Maravillosas todas… o casi todas, para bajar un poco la expectativa, si es que llego acaso a generarla. 

Con la primera de ellas —la de Virgina Woolf a su esposo Leonard como despedida antes de llenar sus bolsillos de piedra y sumergirse en el río Ouse— caí rendido ante la magia de este podcast. Y me tiene dando vueltas en la cabeza su casi total desaparición, lamentando el momento en que dejamos de crear aquellos relatos que llevaban de un lado a otro saludes, cariño, noticias, tristezas, amarguras, buenas y malas nuevas y un poco del alma de quien escribe, porque si el alma existe debe estar en las letras. 

Recordé, además, que tengo pendiente leer Memoria por correspondencia, de Emma Reyes. 

Quizá estas columnas sean eso, una carta dirigida a nadie en particular y a todo aquel que quiera leerla en general. Una botella de náufrago a la cual, en ocasiones, le falla el corcho y naufraga sin lectores, pero otras veces la marea lleva a buenos puertos. A ver hasta dónde llega esta.


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