Tapabocas en el bolsillo

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Que sepamos, la pandemia no ha terminado. La emergencia sanitaria es la misma de hace unos meses: no hay cura para la enfermedad y la vacuna, si bien está inventada, no la han importado.

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Los cuidados que debemos tener son los mismos de abril, cuando flotaban en el ambiente las micropartículas, no digo de saliva o moco, sino de miedo al contagio.

Sin embargo, al ver a muchas personas en calles, parques, establecimientos, uno diría que ya el peligro pasó. Negocios que comenzaron cumpliendo normas de prevención (mantenían tapiz impregnado de hipoclorito para que los visitantes lavaran en ellos las suelas de los zapatos; destinaban a alguien para verter alcohol en las manos de los clientes, tomarles la temperatura a cada uno de estos… y fingir que se interesaran en la cifra que marcara el termómetro), ahora bajaron la guardia.

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Los deportistas, por lo general, coinciden en caminar, correr y montar en bicicleta por las mismas vías, como si no hubiera otras, y avanzan en rebaños.

Muchas personas usan tapabocas sin esmero. Les cuelga de una oreja, lo llevan suelto al nivel del cuello o debajo de la nariz, lo cargan en una mano o lo meten al bolsillo.

La mascarilla es un accesorio que se les está cayendo, pero por alguna anomalía inexplicable de la ley de la gravedad no termina de llegar al suelo. Seguramente lo portan ahí, en alguna parte, por si acaso requieren acudir a uno de esos establecimientos en los que hay un letrero en la entrada que dice: “Es obligatorio el uso de tapabocas para ser atendido”.

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Por John Saldarriaga
saldaletra@gmail.com


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