Sobre la policía y la decencia

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Nunca he podido entender —aunque me he esforzado, lo juro— por qué muchas personas llaman héroes a los policías y soldados. ¿Será acaso por el simple hecho de vestir uniforme?

Si nos atenemos a la definición del Diccionario de la Lengua Española (2014), el de la RAE, el héroe es: “1. Persona ilustre o famosa por sus hazañas y virtudes. 2. Persona que lleva a cabo una acción heroica”. Sin contar acepciones que se refieren a la mitología o la literatura. Como vemos, no les aplica.

Comúnmente se denomina héroe a quien realiza acciones extraordinarias por salvar a los demás, aun poniendo en riesgo su propia vida. O, también, por perseguir la justicia o un indefinible mundo mejor. En suma, el héroe es apenas comparable con el santo o el mártir, en el sentido de que antepone el bienestar de los otros al propio.

Menos cumplen con la definición de héroes los policías y soldados si atacan a quienes deben proteger. Pasan a ser su contrario, su antónimo, como el villano de novelas o películas.

La verdad, creo que debemos exonerarlos de la embarazosa categoría de héroes. Los ciudadanos de un país no necesitamos ni queremos héroes; solo requerimos y exigimos que los policías sean personas decentes. Nada tan complicado.

Porque la decencia, es decir, la honradez y la rectitud que impiden cometer actos delictivos o moralmente reprobables, es la expresión de un humanismo básico, urgente entre seres que nos llamamos sociales y que optamos por vivir en comunidad, incluidos, cómo no, los responsables de protegernos sin importarles cuáles sean nuestros pensamientos, credo, raza, género o preferencias sexuales.

Por John Saldarriaga
saldaletra@gmail.com


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