Sentir los días

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Algo que me produce especial placer es sentir los días. Desde niño he podido adivinar si es lunes o jueves… Con mayor razón si es sábado o domingo.

“Huele a viernes”, bien puedo decir. “Este lunes tiene cara de jueves”. No podría describir la sensación de cada día, ni tampoco las diferencias; menos, cómo las detecto. Tal vez el Tiempo se mete en uno y no sea un asunto de epidermis.

La sensación llega desde debajo de las acciones y la rutina; el olor acude desde debajo de los objetos y los seres. No un olor conocido, como el de la vainilla o el jazmín, sino otro inédito y transparente, como se supone deben oler las cosas naturales.

Por ejemplo, al despertar, sin siquiera haber encendido todas las neuronas, cuando apenas estoy entendiendo nuevamente de qué se trata todo esto, el mundo, la vida, siento que es miércoles. No pienso: “es miércoles”, sino que me invade la sensación de estar en altamar, agarrado al tronco de náufrago, y sospecho que estoy a igual distancia de la orilla que dejé atrás —el fin de semana pasado—, como de la que me espera adelante —el fin de semana siguiente—. Asumo que no hay más remedio que seguir dando brazadas como Dios me ayude.

Por eso, algo que me produce especial fastidio en esta pandemia es que se me desdibujan esas diferencias y no distingo ni un domingo. ¡Ni siquiera un maldito domingo que es el más distinguible de los días! Perder tal capacidad es despojarme de una extremidad, un apéndice o qué sé yo. Esta es una tragedia.

Por John Saldarriaga
saldaletra@gmail.com


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