Salir del infierno

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Dicen que el optimista es un pesimista mal informado. Y, la verdad, tiendo a creer que es así. ¿Cómo puede uno tener un pensamiento positivo, si estamos tratando con seres humanos? ¿Tener fe en la especie? Acaso pueda tenerse en individuos que sacan la cara por todos.

Sócrates, Jesucristo, Gandhi, Teresa de Calcuta… Sin embargo, este año, no sé, tal vez sea que me esté mal informando, pero me parece que comenzó con algunas noticias menos terroríficas que el anterior.

A estas alturas, en el horroroso bisiesto ya se presagiaban caos y muerte para el planeta, con la presencia de un virus devastador que, anunciaban, iría extendiéndose por el orbe. El paso de los días sirvió para confirmar tal asunto. Y con este, la población mundial ha estado en jaque, como un boxeador contra las cuerdas.

Pero este año, si bien empezó con cifras horribles de contagios de coronavirus, de muerte en grandes escalas, de nuevas cepas más agresivas (¡ay, qué difícil este ejercicio de optimismo con semejantes datos!) también intercala entre las noticias la de las vacunaciones, la de la investigación de una droga que tal vez pueda curar la enfermedad. Son bálsamos que ilusionan. Permiten imaginar que puede haber un final del caos, una salida al berenjenal en el que nos han metido y un relativo regreso a la normalidad.

Porque hasta quienes nos quejábamos de llevar una modesta existencia, una vida poco productiva, estamos extrañando esa vidita. Ya no nos parece que fuera tan mala. A veces nos da por pensar, incluso, que era grandiosa. Así las cosas, queremos que nos la devuelvan de una vez.

Por John Saldarriaga
saldaletra@gmail.com


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