Que las hay, las hay…

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Nuestro pueblo sabe de brujas. ¿Cuál no, si la magia es la más antigua de las religiones del mundo? No deja de sorprender su existencia en pleno siglo XXI, después del rechazo y la persecución a esas criaturas y sus prácticas durante centurias.

La magia es el dominio y control de la Naturaleza por parte de brujos y hechiceros. Aquellos obtienen poderes tras un pacto con el diablo; estos, en cambio, tienen dones y conocimientos propios. La magia se cuela en la literatura para dotar a los relatos de fantasía, terror, misterio y tensión.

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En Cuentos de zona tórrida, Manuel Mejía Vallejo habla de personajes angustiados por el mal tiempo. Acuden al cura y al brujo.

“En las cumbres, la jerga del brujo intercedía para que cayera sol en la espalda de hombres y cerros. Rezaba a los duendes del aire y la montaña, a los señores del trueno y de las nubes”.

En La marquesa de Yolombó, Tomás Carrasquilla trata de brujería. “Bárbara se procura, a través de Sacramento y Candelario ―sus dos grandes aliados afrodescendientes―, un “familiar”, un “muñeco, algo chirringo, muy congo y muy zalamero él, que uno carga y no deja que a uno le suceda cosa mala y que le salga muy bien todo lo que uno hace y en toíto lo que emprenda”.

El envigadeño Mario Rivero menciona brujas, así sea de paso, en varios poemas. En Cosas que pasan cree que todos tenemos algo de brujos. Evoca al vidente de Edipo Rey: “Tiresias ciego adivino de mamas arrugadas/ Todos somos él/ —o algo parecido al menos—”.

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Por John Saldarriaga
saldaletra@gmail.com


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