Permiso de salir, pero no obligación

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Como esos chistes viejos que ya no hacen reír, o esos cuentos de horror leídos mil veces y ya no asustan, así sucede ahora con las recomendaciones para intentar mantenerse a salvo del contagio del virus innombrable.

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Las palabras de quienes dan consejos parecen haber caído en un vacío semántico, es decir, ya no significan nada. Y quienes las oyen —porque ya no las escuchan; apenas, si acaso, las oyen—, lo hacen de una manera mecánica como se oye el ruido del tren al pasar o de la lluvia al caer.

Se les antoja semejantes a esa cantaleta que echaban las mamás de hace tiempos —¿o las mamás siguen siendo mamás y, por tanto, continúan echando cantaleta?—: si bien nadie ignoraba que su estribillo llevaba en su seno una buena intención y era, como ellas decían, por “su bien”, de tanto repetirlo nadie lo atendía.

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Sin embargo, ahora, cuando no solamente el gobierno dio permiso de salir sino que parece que empujara a todo el mundo a la calle, no debemos olvidar que el virus no se ha ido. Que él no se va solamente porque ya los humanos tengan permiso de salir a las calles.

Que a pesar de que este es el país de Santander y, por consiguiente, está atestado de normas, ese maldito invisible no las cumple.

Es preciso recordar que tener licencia para ir por ahí no quiere decir que haya obligación de hacerse. Cada cual debe considerar el seguir cuidándose, porque de lo contrario, esta situación enferma empeorará y durará más y más tiempo.

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Por John Saldarriaga
saldaletra@gmail.com


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