Pararse en una esquina

pararse-en-una-esquina

Gabriel García Márquez le preguntó a Fidel Castro qué le gustaría hacer si fuera un sujeto común. Castro le contestó: “Pararme en una esquina”. Es que este simple acto no es un acto tan simple. Al deleite de estar ahí, mirando la vida pasar, en una postura deliciosamente irresponsable, entre filosófica y lúdica, se suma que ayuda a los sujetos a apropiarse de su territorio. A conocerlo; a entender a su gente, sus costumbres y la dinámica de su vida social, económica y religiosa. Y a imaginar.

Otra actividad de la misma serie es caminar hasta la escuela, sin depender de un transporte en auto, burbuja que impide el contacto con la llamada “realidad”.

El ocio, válido toda la vida, es fundamental cuando los humanos son proyectos de personas y ciudadanos: cuando
son niños y adolescentes; contribuye en la conquista de la independencia con minúscula, imprescindible para lograr la otra, con mayúscula.

Estas cosas cayeron en desuso. Los grandes explican que se debe a que el mundo es otro e inseguro. No como el de
antes —aseguran—, cuando nada pasaba. Pero este es argumento de viejos. Los viejos de todas las épocas se han caracterizado por decir que los tiempos nuevos son malos y peligrosos. Lo malo, si ha de suceder, también pasa en los autos de transporte escolar.

Quienes creen que en las esquinas solo se adquieren vicios, ¿cómo explican que muchos de los que están en el poder, robando y colmados de vicios costosos, se han perdido el goce pagano de estar parados en una esquina?


Compartir