Los barrios pequeños

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En Envigado hay barrios tan pequeños que uno se para en uno y pisa otro con los talones. Por ejemplo, Los Naranjos, en el que nací, tiene cuatro manzanas, aunque misteriosamente posee riqueza infinita. La cultura, el imaginario, los hechos y los personajes se mezclan indefectible y felizmente con los de vecindarios colindantes.

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Hace ocho días, al hablar de lo local en la literatura, no mencioné este factor, tal vez porque, como Los Naranjos, a esta columna no le caben tantas cosas.

Entre mis cuentos hay uno de mi cuadra y mi niñez. Risa de la risa. A veces, sentado en Los Naranjos con los pies en Las Margaritas, reía sin motivo con mis amigos; reíamos de la risa. Ese relato alude a otra risa sin causa.

Verán: vecinos de la clínica Santa Gertrudis, cultivábamos la afición de correr a la puerta de Urgencias, desde el momento en que oíamos la sirena de una ambulancia, aún lejana, para ver al herido. Lo sé, era un placer morboso. Un día no llegó un herido. Cuando abrieron las puertas del auto surgió una mujer que reía a carcajadas de manera imparable, descontrolada, exagerada. Nos aterraba y hacía reír al mismo tiempo. No olvidaré la mirada de posesa de aquella enferma. Esa experiencia —sumada a otra— apagó el goce de ese voyerismo insano y causó la extinción del pasatiempo.

Estas cosas, contadas así, no pasan de ser anécdotas. Al valerse de ellas, el escritor, además de colmarlas de detalles, acude a recursos del lenguaje para hacerlas literarias y convertirlas en sucesos de interés universal. Es todo.

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Por John Saldarriaga
saldaletra@gmail.com


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