Las letras de la inconformidad

Las protestas sociales son tan antiguas como los humanos. Al principio de los tiempos, no faltaría quien monopolizara el fuego y, claro, no es difícil imaginar a los excluidos de la tibieza durante las noches y la posibilidad de comer alimentos cocidos, rabiando hasta obtener una chispita para sí, mientras aprendieron a producirla ellos mismos.
La literatura, que ha narrado las acciones humanas de toda índole, se ha ocupado de ellas. En fábulas antiguas, los animales se unen para protestar por la tiranía del león.
Ahora, cuando en Colombia marchan y reclaman, recordamos que nuestras letras han contado historias de los que dicen no. En los sesenta y setenta del siglo XX abundó la narrativa de la inconformidad.
Hoy no es muy recurrente, pero no se ha extinguido del todo. Por ejemplo, un cuento de Óscar Osorio, La huelga, hace parte del libro La casa anegada, publicado por la Universidad del Valle en 2018.
La movilización de los trabajadores del banano en 1928, que terminó en masacre, ha sido muy cantada. La casa grande, de Álvaro Cepeda Samudio, se ocupó de ella. Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, también:
“Cuando José Arcadio Segundo despertó estaba bocarriba en las tinieblas. Se dio cuenta de que iba en un tren interminable y silencioso, y de que tenía el cabello apelmazado por la sangre seca y le dolían todos los huesos. Sintió un sueño insoportable. Dispuesto a dormir muchas horas, a salvo del terror y el horror, se acomodó del lado que menos le dolía, y solo entonces descubrió que estaba acostado sobre los muertos”.
Por John Saldarriaga
saldaletra@gmail.com