La ortografía y la carne

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El comerciante antioqueño Pepe Sierra llegó a ser el ciudadano más rico del país en el siglo XIX. Le prestaba plata al
Estado. Una de sus anécdotas cuenta que un día, en documento legal, escribió hacienda sin hache. Alguien le llamó la atención por el error y el viejo le esputó en pleno rostro: “yo tengo setenta haciendas sin hache. ¿Cuántas tiene usted con hache?”.

La ortografía no es un asunto menor. El pasado 16 de febrero, en El País de España, Ignacio Rodríguez Alemparte
escribió un artículo en el que afirma que «abolir la ortografía haría que cada cual escribiese cada palabra “como le suena” y nos entorpecería a todos la lectura». Explica que “el cerebro usa dos rutas para leer: el área de Broca (lóbulo frontal) y el área de Wernicke (lóbulo temporal). La primera hace una conversión grafofonológica, mientras que la segunda reconoce la palabra atendiendo a su aspecto. Esta última ruta es más rápida y adquiere más importancia cuanto más experto es el lector (…). Es posible hacerlo porque gracias a la ortografía las palabras siempre se escriben igual».

Hace días detecté que en una carnicería del Centro envigadeño, que tiene por nombre un apellido al que no le ponen una tilde que debería llevar, en la lista de precios ofrecen dos veces azadura con zeta. Una, entre los cortes de res; otra, en los de cerdo. Claro que los dueños bien podrán decirme que ellos se han hecho ricos al vender miles de libras de azadura con zeta y que yo, en cambio, sigo pobre por no vender ni una sola con ese.


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