La mayor aventura

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Se citan con frecuencia los versos de Jorge Luis Borges que dicen: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito;/ a mí me enorgullecen las que he leído“. Tampoco yo he escapado a la tentación de citar estas líneas del poema “Un lector”, incluido en El elogio de la sombra, por su profundidad.

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En esta pieza hay otra idea con la cual me identifico: “El joven, ante el libro, se impone una disciplina precisa/ y lo hace en pos de un conocimiento preciso;/ a mis años, toda empresa es una aventura/ que linda con la noche”. La lectura como aventura ha sido siempre mi consigna, no solo ahora por “mis años”.

Con esta declaración, algunos suponen que el lector ocupa el lugar cómodo y fácil en el vínculo establecido por el libro entre autor y lector, porque la aventura está relacionada con el juego y la diversión. Y, sí, lo está, pero también con el riesgo y la dificultad. El riesgo, por lo inesperado; las fieras que aparecen de pronto entre las breñas son las ideas distintas que uno está voluntariamente expuesto a hallar; y la dificultad, porque las cosas no son expeditas. No hay lecturas fáciles, sino lectores facilistas.

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Además de pasar signos gráficos de la vista al pensamiento, la lectura es un acto mágico, inexplicable e indescriptible, en el cual una mente se conecta y hasta se funde con otra sin contactarse. Además es un ritual de privilegiados.

Ofertas de lectura vienen por toneladas en estos días de ferias y fiestas del libro. Entre todo eso, algo será para uno.

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Por John Saldarriaga
saldaletra@gmail.com


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