La Amazonia y las distopías

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Los incendios de Brasil también nos interesan en Envigado; lo que pasa en la Amazonia le incumbe al mundo entero. Esas quemas de la gran selva y las imágenes desgarradoras de animales y plantas quemados vivos, constituyen la representación clara y contundente de nuestro propio fin.

Se generan, entonces, escenarios apropiados para las distopías, esas sociedades indeseables que el diccionario define como ficticias solo por ser mostradas en novelas, pero que resultan cada vez más reales. De la mano de los espacios de naturaleza muerta, de destrucción planetaria, van esos otros en los que prima el capitalismo sin escrúpulos, las noticias falsas, la vigilancia masiva, la represión política y social, la mercantilización de la vida y la salud y, en fin, una sarta de actitudes totalitarias y despiadadas.

En El ministerio del miedo, por ejemplo, una novela distópica, Graham Greene alude a la fabricación de la verdad por parte de los dueños del poder, en una Londres hecha escombros por una guerra que ya nadie sabe cuándo ni por qué comenzó.

Qué tiempos estos, cuando hombres y mujeres inescrupulosos hasta la demencia —incrustados en gobiernos y empresas multinacionales— tienen el sartén del planeta por el mango. Y a ese utensilio van echando cuanto quieren destruir: el aire, el agua, el suelo…, la verdad, la libertad… Desentendidos de cualquier sentido humanista, son indolentes ante temas vitales como el cambio climático, que consideran más bien asuntos de románticos y nostálgicos.

“Quemémoslo todo, absolutamente todo. El fuego es brillante y limpio”, se lee en Faranheit 451, la novela de Ray Bradbury. Esta exclamación parece oírse en la Amazonia.


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