Entre cemento y arena

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En Envigado todos saben que a quien se le corra la teja, debe acudir a la calle 39 y otras aledañas. No es que allí esté el centro de salud mental, sino un sector con vocación socioeconómica definida: el de la construcción.

“¡Dele, dele, dele… enderécelo!”. Basta con acercarse a él para detectar el ajetreo de volquetas y volqueteros, de carga y coteros. Estos, como sansones, no luchan sin armas contra leones, pero cargan con pasmosa facilidad bultos de cemento al hombro o en la cabeza, protegidos apenas con un dulce abrigo; otros llevan a cuestas un lío de varillas de acero, o canes de madera para que, en las obras, los albañiles los tiendan en los andamios y puedan pararse en ellos durante horas a pegar ladrillos. Allá va una carretilla cargada de baldosas, halada por un sujeto más fuerte de lo que aparenta.

Depósitos de materiales, aserríos, vidrierías, cerrajerías, latonerías pululan en tal proporción que consiguen invisibilizar a los negocios que ofrezcan otros productos. Nadie vería allí un taller de costura, por ejemplo, y, digámoslo de paso, también los hay. No sería extraño, entonces, enterarse de que en medio de ese mundillo de arena existen perfumerías o repostería.

A la nariz del transeúnte la visitan por turno los olores de pinturas, disolventes, alquitranes y maderas recién aserradas.

Por supuesto, en medio de este barullo, aparecen las cantinas y las tiendas como anhelados abrevaderos o, más bien, como oasis donde calmar la sed y el hambre, y hasta poder hallar un poco de calma para los exponentes de trabajos tan rudos.


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