Encerrados con muchos juguetes

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Hay una obra del español Juan Marsé que se titula Encerrados con un solo juguete. En la Barcelona de finales del decenio de 1940, tras la guerra, varios jóvenes estaban sumidos en el desencanto y la falta de ilusiones, pues, según parece, la posguerra es tan dura como el conflicto bélico.

Ese título es gráfico y contundente. Uno se imagina el tedio, espeso y tibio como una sustancia palpable, porque si una o varias personas están enclaustradas con un solo objeto de diversión, tarde o temprano se apoderará de ellas el hastío.

Eso es lo que les sucede a muchas personas en este encierro obligado por la amenaza de la peste.

Desde hace años fui creando la costumbre de abrir varios libros al tiempo e ir adelantando paulatinamente diversas lecturas. Ahora, más que nunca antes, hallo acertada esta práctica, puesto que la diversidad contribuye a aumentar el placer, sin contar que con distintas lecturas uno puede satisfacer el estado de ánimo de cada momento específico.

Por motivos de trabajo, para la elaboración de columnas de literatura, he estado releyendo algunos libros. Unos, de epidemias, como el Decamerón, de Giovanni Boccaccio, en el marco de la peste bubónica del siglo XIV; Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, novela del siglo XVIII que relata de manera detallada cómo se vivió la gran plaga. Así mismo La peste, de Albert Camus, en la que se hace recuento de la cuarentena que, como ya nos estamos dando cuenta, parece eterna.

Y como el ser humano no aguanta tanta realidad, como advirtió T. S. Eliot, le bajo el tono a la ansiedad con los Cuentos fantásticos de Theodor Amadeus Hoffmann, autor del cual preparo un ensayo para la revista musical La Vitrola. De Hoffmann casi todo el mundo ha oído hablar, porque es el autor de clásicos infantiles como El cascanueces y el rey de los ratones, que muchos han disfrutado en teatro musical. El puchero de oro y El hombre de arena son otros de sus cuentos. Este escritor es dueño de una gran genialidad para lo irreal, celebrada por escritores como Edgar Allan Poe y Victor Hugo. Hoffmann no le teme a narrar asuntos imposibles, aunque la lógica o el racionalismo los contradiga.

¿Dije Victor Hugo? Bueno, también llevo muy adelante la relectura de Los miserables. Encuentro gran fascinación en las novelas del siglo XIX, porque en ellas las acciones se cuentan de manera detenida y detallada, lo cual ayuda a contrarrestar la sequedad y velocidad de las narraciones de nuestro tiempo. Los miserables está entre mis diez obras favoritas de la literatura de todos los tiempos —incluso, si me fuerzan un poco, diría que entre las cinco—, porque narra varias historias paralelas a la principal, la del desafortunado Jean Valjean, condenado y perseguido por haberse robado un pan. Y también ensayos sobre diversos temas: Napoleón y la monarquía; la Revolución y, después de ella la democracia; el espíritu parisiense; la lengua callejera y lumpenesca, el caló, que se puede equiparar con el parlache… O simplemente porque Victor Hugo es dueño de una bella forma de decir las cosas.

Una de mis líneas de escritura es la novela negra; también es una de mis líneas de lectura. Hallé hace unos días una edición vieja de Obras Escogidas de Agatha Christie, autora que, debo confesarlo, no está entre mis preferidas, pero a la que tampoco desdeño. Voy en el tomo III. Está integrado por libros de cuentos, unos de gran espectacularidad, otros no tanto, pero de todos modos notables. El primer conjunto de relatos es El enigmático Mr. Quin, personaje realmente extraño, pues aparece y desaparece a su antojo para iluminar al investigador llamado Mister Satherthwaite, un londinense flemático que resuelve los misterios gracias a su capacidad de deducción y su atenta conversación; el segundo libro es Matrimonio de sabuesos, con casos sencillos en los que los investigadores juegan a ser otros, a ser los clásicos detectives de la literatura; el tercero es Tres ratones ciegos y otros cuentos, y el cuarto Los trabajos de Hércules… Poirot por supuesto.

Sé que no todo el mundo disfruta las novelas sobre la peste, las obras clásicas, los cuentos fantásticos o policíacos. Incluso, no a todos les interesa la literatura. Prefieren los libros de historia, divulgación científica, biografías o los ensayos filosóficos. Lo que quiero decir es que, sean las fuentes de goce que sean, en la variedad está el placer o, por lo menos, el alivio de la monotonía. Para satisfacer los intereses se puede escarbar la biblioteca familiar o, si no la hay o ya se agotó, buscar y encontrar textos en la red o pedirlos a domicilio.

Con las lecturas, ensartaremos letras en los segundos que, uno tras otro, van colmando la espera.

Por John Saldarriaga
saldaletra@gmail.com


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