El mutante virus de la mentira


Primera ilustración de Pinocho, por Enrico Mazzantti 1883.

Por JOHN SALDARRIAGA

saldaletra@gmail.com

 

La verdadera filosofía está en no mentir. El filósofo Fernando González, envigadeño y universal, expresó esta enseñanza en varias partes y de diversas maneras. En Los negroides, por ejemplo, habló de la inconveniencia de la vanidad, en la que nos presentamos al mundo por quien no somos. Parece sencilla esta idea. Bien puede convertirse en una meta. Alcanzarla se puede constituir en la gran batalla del ser humano en su búsqueda de trascendencia.

 

La sabiduría popular menciona ideas parecidas: que el mentiroso cae primero que el cojo y que debe tener gran memoria para no contradecirse.

 

Sin embargo, la mentira es una práctica antigua y tan extendida en el orbe. Muchas falacias las repetimos como loras hasta que se vuelven verdades, al menos verdades oficiales y aceptadas.

 

Si las mentiras domésticas dañan, las públicas más.

 

En los aparatos estatales existen departamentos de la verdad, es decir, de lo que se debe creer y registrar en cada caso. Lo mostró George Orwell en la novela 1984, un relato que revela una distopía, es decir, una realidad indeseable: en un país llamado Oceanía funcionaba un estado totalitario que negaba las libertades y los derechos individuales. Operaba, entre otros, “el Ministerio de la Verdad, que se dedicaba a las noticias, los espectáculos, la educación y las bellas artes”. Es decir, se ocupaba de fabricar las noticias, los documentos, la historia, para lo cual debían comenzar con la destrucción de cuanto sirviera de eventual evidencia de lo que en efecto había ocurrido. Para no dejar cabos sueltos, como se dice.

 

Mienten los estados y mienten los dirigentes políticos. Popularmente es común relacionar estas dos cosas: política y mentira. Y no es cosa de ahora solamente. En el siglo XVIII, Jonathan Swift, el autor de El príncipe y el mendigo, escribió un librito titulado El arte de la política —algunos historiadores literarios sostienen que no fue escrito por él sino por un amigo suyo con igual dominio de la ironía; total, uno no sabe qué creer—. En ese texto él compara los embustes que decían en su tiempo los políticos de un partido con las de otro, durante unas campañas parlamentarias, y definía la mentira como “el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables con un buen fin”.

 

Ahora sale Donald Trump, el gran mentiroso, a reclamarle a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y a China por haber engañado al mundo en el asunto de la pandemia. Al ente global lo acusó de haber ocultado la gravedad de la enfermedad al principio de su expansión y de haber respaldado al país asiático en un ocultamiento de cifras reales de fallecidos en ese país por causa del virus. Después, el líder de cabello naranja señaló que la OMS se confió de los datos suministrados por Pekín en cuanto a los números que dejó la crisis.

 

Nadie podría poner la mano en el fuego por una institución humana; al menos, no yo. Sin embargo, si fuera abogado de oficio de la OMS, alegaría que los datos de una pandemia son difíciles de verificar día tras día. Los consolidados de todas partes se sabrán después de que pase o tal vez no se sepan jamás. Diría que Trump pretende desviar la atención de las insensateces que venía diciendo sobre el coronavirus: que era una gripita y se debilitaría con el calor abrileño de los Estados Unidos…

 

Pero lo que resulta más irónico es que Trump pida verdades. Pues él, lamentablemente, entiende como nadie la dinámica de la comunicación actual y se aprovecha de ella. Acude, con su grupo de colaboradores, a la fabricación de noticias fabricadas, llamadas posverdades, que no son otra cosa que herramientas de engaño al servicio del poder. De acuerdo con un informe del Washington Post de enero de 2020, Trump superó en tres años las 16 mil declaraciones engañosas o falsas. Las presiones al presidente de Ucrania para que investigara a su potencial rival electoral, Joe Biden; el crecimiento de la economía, y la construcción del muro contra la inmigración desde México fueron los tópicos con más menciones.

 

Javier Darío Restrepo contó que “en la campaña de Donald Trump apareció en las redes sociales que el papa Francisco adhería a este candidato, lo cual era falso. Hubo un millón de personas aplaudiendo o diciendo “me gusta” a este asunto, sin tomarse el trabajo de confirmarlo”.

 

Si algo podemos sacar en limpio de la historia de nuestra especie es que la mentira ha sido constante en todos los tiempos y lugares. La oveja bala, la abeja zumba, el perro ladra, el humano miente.


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