El idioma infectado

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Cuando el mundo salga del paréntesis de la pandemia voy a someter a desinfección, a aislamiento las palabras “cuarentena”, “confinamiento” y “pandemia”. Me tienen harto. Ni qué decir de “coronavirus” y “covid”, vocablos endemoniadamente feos.

Estaré a metros de la palabra “positivo” y me volveré, claro, más negativo que un electrón. Me lavaré con alcohol gliserinado después de leer los vocablos “protocolo” y “tapabocas”. Por cierto, este ni siquiera la usaba antes; me olvidaba de él por meses.

Me limpiaré los oídos cuando escuche a alguien decir: “debemos reinventarnos”. Lavaré mi boca con espuma y estregaré mi lengua con cepillo cuando pronuncie “normalidad atípica” y recomiendo que si me escuchan decirla, no se acerquen.

Dejaré encerrada, en reposo absoluto, la palabra “pico”. Este término simpático con el que uno se refiere a altura montañosa; a beso breve, o a esa parte saliente de la cabeza de las aves que les sirve para comer y beber agua, defenderse y atacar, y espulgarse y espulgar a los conocidos, solo se usa, ay, para indicar la suma de contagios. Estoy hasta el cogote. Lástima.

¿Dije “contagios”? Apartaré esta palabra, la lavaré con lejía y dejaré al Sol por un tiempo. Y digo lejía porque no aguanto más el término “hipoclorito de sodio”, que antes apenas mencionaba. Si “toque de queda” me ha parecido una expresión nefasta, ahora con mayor razón.

Ay, ¡cuántas palabras afectadas! Nadie lleva esta cuenta. ¡Qué extenso sector del habla y de la lengua sufre con nosotros! Tal vez después de unas vacaciones prolongadas, cuando esas palabras descansen, se alivien, consideraré su reintegro.

Por John Saldarriaga
saldaletra@gmail.com


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