El espantapájaros sin oficio

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Vamos a hablar de lo absurdo. En un lavadero de autos situado en la vía a El Salado, paralela a La Ayurá, hay un
espantapájaros sin oficio.

En este corto tramo de columna, ya hay dos asuntos sin sentido. El primero, sepámoslo en este punto, es que el lavadero se llama El Escobero sin estar localizado en la loma de este nombre sino en esa otra, más al Sur, que conduce al Parque Ecológico. Extravagancia esta no tan notoria, si se tiene en cuenta que los nombres de los negocios pueden evocar sitios lejanos. ¿Acaso no hay una cafetería El Arrecife en el centro de Envigado, sin que haya un mar cercano? El segundo es el espantapájaros sin oficio. Los monigotes de su clase están destinados a ahuyentar a las aves para preservar un cultivo, especialmente de granos, de modo que el producto no vaya a terminar en sus buches. El espantajo en mención pierde el tiempo vilmente, porque no hay sembrado ahí; en cambio sí, autos y casas. Los seres alados, gallinazos y pájaros cantores, pasan por encima del miserable, que ni cara tiene, y siguen de largo hacia las montañas o a los árboles del bordo de la quebrada donde sí encuentran alimento.

Y, dicho aquí entre nos, ese es un espantapájaros triste. Triste por su falta de oficio y triste por feo y escuálido. Encumbrado en el tercer piso de una construcción, carece de cuerpo también. Dos prendas, una camiseta y un pantalón descoloridos y raídos, le dan forma. El pobre es apenas un juguete de todos los vientos.


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