El barrio en la literatura

El mundo no es ancho y ajeno como creía Ciro Alegría. Y su encogimiento no empezó con internet, ni a finales del siglo XX. Comenzó con el origen de los pueblos y los intercambios comerciales y culturales. Solo que en los últimos años, y especialmente con la red, el orbe se volvió un corozo.
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Para enfrentar la globalización es urgente valorar lo local. La identidad cultural, esa consciencia de pertenecer a un grupo y compartir con él costumbres, creencias y manifestaciones artísticas, debe fortalecerse para no desaparecer ante propuestas culturales avasallantes.
En las fiestas del libro se aborda la importancia del barrio y el municipio en la literatura. Hablar de lo propio tiene muchas ventajas. Sus escenarios se conocen más y permiten un abordaje más solvente. Esto lo han tenido claro los clásicos: Tolstoi dijo: “pinta tu aldea y pintarás el mundo”. Balzac no lo dijo, pero lo hizo: en Ilusiones perdidas describió las vidas de provincia y citadina, especialmente la del Barrio Latino de París.
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Siguiendo este ejercicio, hice inventario de lo local en mi escritura. Seis de diez obras publicadas en los géneros fantástico, negro, crónica y fábula, tienen que ver con tales espacios. Aparecen retratos de personas, nombres de calles y descripciones de sus costumbres —las buenas, como la forma de quererse y cuidar la Naturaleza, y las perversas, como la manera de matarse—.
Lo local sube al portaobjetos del microscopio. Quien arrime el ojo al ocular del artefacto aprecia el mundo entero. Los humanos son iguales en todas partes; uno trata de entenderlos a partir de los más próximos.
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Por John Saldarriaga
saldaletra@gmail.com