Una experiencia de padre y señor mío

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Antes salíamos comer y a beber. Hoy salimos en busca de experiencias, pagamos por “tiempos” y por “momentos”, legítimo mercadeo gastronómico. Para mí es más simple, comer es un ritual, un culto de veneración al placer. Compartir con la gente que uno quiere alrededor de una mesa, una fiesta sensorial, espiritual, un regalo para el alma y la memoria. Sí señor, y así fue mi visita a Lucio, a donde tuve que ir llevado por mi curiosidad extrema de goloso insaciable, pues le había oído de decir a mucha gente que era uno de los mejores restaurantes de la ciudad, con toda la razón, sin duda. Casi no conseguimos la reserva por la demanda impresionante que mantienen, pero valió la pena la espera.

Lo primero que percibí es un ambiente acogedor y moderno, bien decorado, muy al estilo de los bistrós californianos. Un servicio impecable que empezó nada más y nada menos con la bienvenida de la tía del chef, que, en ese momento, por supuesto, se encontraba al frente del fogón pero que más tarde pude conocer gracias a las dos parejas de amigos de mi susodicha con que fuimos, que lo conocían. Todo lo que había leído en la APP de Tulio Recomienda se cumplió con creces; hasta ahora siempre ha acertado con sus sugerencias.

Les debo decir con la mano en el corazón: Sr. Chef Felipe Gonzales, Juanita, Juan y Patricia de la familia, y todo el equipo, nos hicieron muy pero muy felices. De principio a fin, vivimos una experiencia extraordinaria y memorable que vamos a repetir muchas veces. Por mi lado lo mejor fue ver salir a mi mujer con esa bella sonrisa, que a veces extraño tanto, en sus labios; esta vez quedé como príncipe y logré hacer unos puntos; el vinito le cayó de perlas.

Todo empezó con el queso asado con mermelada de jalapeño casera, un preámbulo perfecto para lo que se venía. Seguimos con portobellos rellenos con queso azul y puerros, que no sé por qué, pero me llevaron con nostalgia a los restaurantes flotantes de la Barceloneta cuando trabajé con la gran cocinera Tere Vélez en España; dimos buena cuenta de tres chorizos argentinos con arepita (ojo Molina), y rematamos con un fabuloso pulpo a la parrilla. Por sugerencia que nos mandaron de la cocina, cambiamos en ese punto a un Malbec que maridó a la perfección con lo que siguió.

Por unanimidad escogimos solo cortes nacionales: bife de chorizo, churrasco, baby beef y quadril que compartimos con desigualdad ya que mis dos recién conocidos amigos comían muy rápido y fue poco lo que me dejaron. Seguimos con una milanesa napolitana de pollo, muy al estilo de la fonda del tío en Mitre, medallones de lomo de cerdo, que no me puede faltar, venero el cerdo, y a petición de las señoras rematamos con dos porciones de langostinos mariposa, que despertaron el cariño y el entusiasmo de las féminas hasta ese punto imbuidas en su tema favorito: los zapatos… los zapatos muy caros.

Lucio, hiciste que mi mujer se enamorara otra vez de mí, aunque se un poquito. Voy a tener que escriturar una mesa.


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