El exquisito restaurante escondido en una finca

Como cocinero, prefiero estar en mi salsa detrás de la puerta de la cocina que asistir a eventos sociales. Hoy salgo apenas para sacar a pasear a los chiquis, la flaca y peluche, por eso casi siempre, a decir verdad, busco algún sitio para familias, ojalá entre la naturaleza. Por eso haber descubierto La finca del Mono fue una sorpresa estupenda.
Me encantan los restaurantes que parecen una finca para pasear, donde se puede ir uno de tiro largo a comer a sus anchas, salir a caminar para volver a “hacer hambre”, jugar con los enanos y el pulgoso (al que empecé a querer un poquito más desde que me recibe agitando su cola, como si se pusiera feliz de verme).
Esa atracción por lo campestre empezó desde chiquito en Carabanchel, adonde me tiraba montones de veces por el tobogán de cemento; en Sabrosaje de la Medellín Bogotá con sus columpios y rodaderos; El Noral, cerquita de las gelatinas de pata por Girardota, donde había un carrusel de madera que uno mismo empujaba, y los Doña María, llenos de juegos para los niños.
La Finca del Mono es de esos sitios soñados para ir en grupos de amigos o familia. Fuimos invitados por mis adorables suegros, con todo el combo de hijos, cuñados, cuñadas, primos, sobrinos, tíos y mascotas.
La calificación final por consenso general: 10 admirado, por el sitio tan acogedor y bonito, decorado con muy buen gusto, según dijeron mis cuñadas dediparadas; la comida, francamente exquisita; el entorno formidable, con bancas debajo de los árboles, y los senderos ricos para recorrer disfrutando uno de los mejores climas del mundo.
Y si los grandes pasamos rebueno, el programa para los enanos resultó fabuloso con el brinca-brinca y los columpios de madera a la antigua. Aunque de las atracciones infantiles la cereza del pastel sin duda fue la casita de muñecas de la que solo pudimos sacar a la chiqui casi dormida, con la promesa de que la llevaríamos muchas veces.
En medio del descreste de todos por el ambiente y la comida maravillosos, descubrimos de dónde salió la fórmula del éxito para un restaurante tan bien montado: Iván Vélez, su anfitrión, y Felipe Arboleda, en las ollas, la unión de dos profesionales notables, de esos que le caen bien a toda la gente.
Comimos como si se fuera a acabar el mundo, menos mal pagó el suegro. Empezamos picando yuca frita, morcilla, chorizos, patas de chicharrón de muerte lenta, ceviches, alitas y patacones.
Seguimos con varios fuertes formidables: ajiaco, costillas, sobrebarriga, salmón, tataki y varios cortes de asado preparados a la perfección. Abren de jueves a domingo desde las 11:00 a.m. Reservas en el 5574593.
La sacaron del estadio con La Finca del Mono, un sitio en el que todos los que llegan se conocen y vuelven una y otra vez. Al lado de La Ermita, por la Fe, se llega vía Waze.
Por Efraín Azafrán
efrainazafran@gente.com