El magnífico restaurante belga que hay en el Oriente

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Una de las tantas controversias que rodean el mundo gastronómico tiene que ver con el origen de muchos de los platos de la humanidad, como el de las papas fritas, llamadas también papas a la francesa, del que aseguran los belgas, están mal nombradas ya que según dicen ellos, se crearon en Bélgica no en el país galo.

Lo mismo pasa con varios platos, bastante célebres, por cierto, que pertenecen al inventario de la alta cocina, cuyo origen se confunde en la frontera de los dos países. Pero independiente de lo que piensen belgas y franceses, a nadie le cabe la menor duda de que entre los dos, tienen varios de los platos más importantes de la cocina universal, y que, por igual en París y Bruselas, la oferta culinaria es sencillamente impresionante.

Varias veces con la flaca, primero mochileando y luego viaticando, pudimos disfrutar las cocinas casera, popular, campesina y la de dedo parado, de los dos países. Oh la la, formidables.

Es curioso pero lo mismo le pasa a Bélgica con las cervezas y sus vecinos alemanes con quienes se pelean por definir quién produce las mejores, con los suizos y los chocolates y con los holandeses y los quesos.

Por mi parte, debo decir que, en el país de Tintín, a pesar de que su territorio es diminuto, me he tomado las mejores cervezas, me he comido los mejores chocolates, los mejores quesos que recuerde y sin la menor duda las mejores papas fritas del mundo, preparadas en grasa de buey.

Y si las papas son perfectas, los mejillones a la provenzal son de muerte lenta como diría mi papá, las Carbonnades flamandes, el estofado típico en cerveza y las endivias en salsa Roquefort lo dejan a uno sin habla. Y eso es apenas un tris del inventario culinario de este país sacado de un libro de hadas.

Por eso, cuando me enteré de que en el Mall Puerto Bulevar, en el cruce de la vía al aeropuerto con la de Llanogrande, había un restaurante belga, empaqué a los pelados con mi amorcito y nos fuimos a conocerlo: La torre gourmet.

Sin pensarlo, antes de ver la carta, pedimos los mejillones a la belga, con dos cervezas negras Maredsous y un par de porciones de papas fritas para los enanos. Este preámbulo estupendo terminó en pelea campal, ya que los cuatro terminamos atacando sin compasión frites y moules.

Pasada la vergüenza tras este incidente familiar delicioso, acordamos pedir varios platos: paté casero, sopa de cebolla gratinada, codillo de cerdo en salsa de mostaza Dijon, pechuga de pollo con salsa de champiñones, costillas flambeadas y el cuarto de conejo a la alsaciana, ante la cara aterrada de la señora amabilísima que nos atendió, que poco se imaginaba ante que apetitos voraces se enfrentaba.

Más tarde mientras pedíamos los postres que resultaron tan ricos o mejores que todo lo anterior, nos contaros que el restaurante había empezado en Marinilla, que hace poco había cambiado de dueños, pero que se conservaba todo tal cual, a petición de su enorme lista de clientes permanentes.

Como diría mi gurú Tulio: “esta gente me hizo ver los ángeles del cielo”, y no es para menos, califica entre las mejores comidas que hemos probado desde que volvimos a Medellín. Por votación unánime de los Azafrán: 10/10. La Torre gourmet c’est magnifique

Por Efraín Azafrán
efrainazafran@gente.com


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