Una pasta al burro perfecta

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Hace como 30 años fui un par de veces a Italia y desde la primera vez me enamoré de su comida, que he mencionado varias veces aquí, porque en nuestra querida ciudad tenemos dignísimos representantes de sus sabores formidables.


Después de conocer a mi flaca hermosa, fuimos varias veces a enamorarnos más, navegando por Venecia, donde casi me matan esos ojos, como todas las mañanas en que la veo despertar. Qué pena con el que me escribió regañándome por contar mis intimidades, pero no me aguanto y tengo permiso del jefe.

Entre tantos recorridos, no sé cómo fue, nunca fuimos hasta Cinque Terre en el mar de Liguria, hoy convertido en el destino gastronómico más importante del mediterráneo. Un sitio en el que a uno se le va el habla por su belleza, su colorida arquitectura inverosímil venciendo acantilados, su gente hospitalaria y hermosa y, por supuesto, su comida del otro mundo. Hasta allá llegamos detrás de la gran chef Marcela Pérez, amiga de mi mujercita, en un paseo entrañable para los sentidos, en todos los sentidos (bis).

Por eso no es raro que cada vez que aparece un ristorante nuevo en la ciudad vamos a conocerlo, ansiosos por revivir esos sabores tanos que trastornan. Italia tiene la sofisticación europea, el ambiente mediterráneo y la desfachatez latina que la hacen el país más acogedor de Europa. Mi esposa se recrea mirando italianos, mientras yo me atraganto de calorías formidables; esos tipos algún defecto deben tener, le digo yo que no los veo tan pispos.

Caminando hace unos días por la ciclovía nos encontramos Romana, en los bajos del hotel City Express, en la avenida El Poblado con la 4 sur, y nos llamó la atención que un domingo tan temprano ya tuviera tanta gente en su terraza.


La pulga nos hizo entrar a pedir un poquito de agua para peluche, our pet son, pero al ver lo que la gente estaba comiendo sucumbimos ante la tentación, y lo que iba a ser una mañana de ejercicio terminó siendo un recorrido estupendo de sabores, que ya hemos repetido 3 veces, que, por qué no decirlo, nos hizo evocar la comida de Cinque Terre, por la frescura de ingredientes, el manejo prolijo de la pasta, sobre todo la rellena, el ambiente de la terraza en la que todo el mundo parecía conocido, la delicia de las salsas y las pizzas que hicieron especiales al gusto de cada uno de los enanos.

Lo primero que le llama a uno la atención cuando va a Romana es la queridura de Andrea, una colombo-venezolana que respira alegría, amabilidad y hospitalidad, muy a la manera itálica, que hizo puntos cuando nos recomendó desayunar huevos a la parmigiana, preparados sobre pomodoro fresca, con prosciutto legítimo, espárragos y parmesano, OMG.

Los enanos aman su cotoleta, la milanesa auténtica y la flaca las ensaladas, francamente del otro mundo. Yo ya recorrí la carta y siempre repito alguno de los solomitos, mi pasta al burro que la hacen perfecta y el affogato, que nunca lo había probado tan bien hecho en Medellín, con helado italiano y buen expreso.

Gracias a la curiosidad insaciable de mi flaca, la última vez que fuimos nos enteramos de que semejante sitio tan maravilloso es creación de una de las Podestá, un apellido que ha hecho historia en la cocina del país. Con razón, hija de tigre… En Romana con cada plato que uno prueba se hace realidad aquello de bocatto di cardinale. Abren todos los días, de 7 a.m. a 9:30 p.m., y los findes, de 8 a.m. a 3 p.m. @restaurante.romana.


Por Efraín Azafrán
efrainazafran@gente.com


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