Revivimos las parviadas

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Debo reconocer que cuando lo probé derramé una lágrima de emoción. Una obra maestra de la panadería criolla.

 

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Crecí en una familia que veneraba la parva antioqueña. Cuando estaba chiquito mi papá nos llevaba al huevo, a la calle del calzoncillo, a donde las Palacio y a un montón de panaderías de barrio que olían a gloria, pan caliente y parva recién hecha, a comprar panes, galletas, merengues, pasteles, tortas, milhojas, piononos, amasijos y toda una variedad de delicias que pertenecían a la bella costumbre de los algos recargados que se niegan a desaparecer, que llamamos “chocolate parviado”, que se comían generalmente los domingos, en medio de un ritual memorable.

Cuando llegábamos cargados de bolsas, mi mamá tenía servida la mesa con dulces y mermeladas de mora, tomate de árbol, uchuva, durazno y naranja, quesos y quesitos, mantequilla en bola y a veces embutidos reservados casi siempre para mi papá. Una de las cosas que no podían faltar eran los mojicones o pan mojicón como se les conoce en otras ciudades, esponjosos, de sabor anisado, cubiertos con azúcar y algunos con un tris de bocadillo.

Una obra maestra de la panadería criolla a la que se le hizo una canción que mi papá repetía siempre antes de que los atacáramos en patota: “dónde está mi mojicón, dónde está mi mojicón”. Cuando me comí los que me llevaron, que inspiraron esta nota, no me aguanté las ganas y busqué la canción en San Google. Descubrí que es un bambuco colombiano, interpretado a tiple, hoy tan escasos ambos como los mojicones. Siquiera se murieron los abuelos.

Una pareja de amigos del combo, que conocen mi veneración por la parva, nos trajeron un paquete de mojicones, entre otras cosas, otra bella costumbre tan paisa, llevar parva a las visitas, tan propio de la época en que comíamos sin remordimientos, sin pensar en las calorías, cuando nada hacía daño y la gente se moría por causas naturales, no sabíamos que existía el gluten y comíamos en familia mirándonos a la cara.

Debo confesar que cuando los probé, después de más de 40 años, derramé una lágrima silenciosa de emoción y nostalgia y me pareció ver a mi papá cantando “dónde está mi mojicón”. Por supuesto que no hice otra cosa que ponerme yo también a cantar ante mi aterrada audiencia que por supuesto no entendía nada.

Apenas se fue la visita me puse a investigar quién había preparado semejante exquisitez: El Taller del Pan. De una llamé y me enteré que por el momento no tienen abierto el local pero se pueden visitar virtualmente en www.eltallerdelpan.com en Facebook y en Instagram. Para pedir puede llamar al 332 8939 o al 321 379 3311.

Indagando con varios amigos que se rieron cuando les conté que los había acabado de conocer, supe que son súper famosos, que le hacen los panes a muchos de los mejores restaurantes de Medellín, que son expertos en panes artesanales preparados con masa madre y que su repostería es de muerte lenta.

De sorpresa para los Azafrán, para esa misma tarde encargue croissants y baguetes, formidables, brownies, repollas, mini pies, quiches y por supuesto más mojicones. Revivimos las parviadas, cantándole al mojicón. Por fin lo encontré, el mejor, te lo dedico papá. El Taller del Pan me devolvió a uno de los mejores sabores de la infancia

Por Efraín Azafrán
efrainazafran@gente.com


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