Plato del día de este restaurante, el recomendado

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Cada vez que se entregan premios o se hacen listas con los mejores restaurantes, trato de hacer la mía con mi combo de insaciables, con los que nos pasamos la vida subiendo tallas a punta del infinito placer de comer.

La naturaleza nos dotó con la virtud del gozo, por igual con platos de la alta cocina que con caseros y callejeros. Y en esa búsqueda incansable, en la que nos acompañan nuestras esposas, terminamos sentados en pleno parque del periodista en un sitio que nos cautivó a todos por igual: Agua Dulce.

Y es que cada día es más agradable caminar por el centro de Medellín. Las ciudades importantes del mundo se reconocen por tener centros fascinantes: París, Roma, Nueva York, Ámsterdam, Buenos Aires, Madrid, Ciudad de México, San Francisco y Barcelona se mueven alrededor del “downtown”. Ciudades que se expandieron y luego se devolvieron a renovar el centro. Algún día los constructores locales se dedicarán a recuperar las zonas deprimidas de la ciudad en vez de seguir destruyendo bosques, ojalá no sea tarde.

De entrada, nos quedamos encantados con el sitio. Una casa vieja, bellamente decorada, de esas en que no solo se come demasiado bien, sino que invita a quedarse y volver una y otra vez. Un punto de encuentro de citadinos, bohemios, poetas, funcionarios, empresarios, estudiantes, pintores, músicos, intelectuales de jíquera, jubilados nostálgicos y hasta señoras de dedo parado que se reúnen allí a almorzar como cardenales en medio de un ambiente formidable que inmediatamente delata la vocación y el talento artístico de sus dueños. De esos lugares escondidos de ciudad que se van convirtiendo en leyenda urbana.

Cuando empezamos a comer, deslumbrados, sentimos la necesidad inmensa de conocer a sus creadores, Alonso Giraldo artista plástico y su esposa, artista de la sazón. Fue así que nos enteramos que de alguna manera fueron desplazados por la violencia, que primero experimentaron en Jericó por unos años, y terminaron en Medellín en donde, con ayuda familiar, lograron montar el restaurante, que como todos los mejores, empezó poco a poco y hoy tiene un éxito más que merecido.

La casa en donde se encuentra Agua Dulce, estilo republicano de los años 30, tiene un ambiente único con su patio enrejado con enredadera, sus corredores y espacios frescos, un lugar estupendo para quedarse admirando cada rincón perfectamente decorado.

De entrada, nos impresionó la extensión de la carta con una oferta pensada en darle gusto a todo el que entra, algo difícil de lograr pero que ellos manejan con maestría, por eso en su carta se mezclan platos típicos con fillet mignon, róbalo, salmón, platos vegetarianos, guarapo, mazamorra y claro. Mención especial merecen las sopas, cremas y platos del día.

Cuando fuimos había de zanahoria y, de especial, bistec a caballo, que por supuesto fue mi acertadísima elección; cada día ofrecen un menú especial por lo que se han hecho a una clientela que los visita a diario. La flaca se comió un ajiaco exquisito y los del combo pidieron casi todos los fríjoles con chicharrón que es lo más famoso del negocio. Todos y cada uno salimos gratamente sorprendidos.

Entre son cubano y boleros, en Agua Dulce, además de que se come muy, pero muy bien, se pasa rico porque además la atención, entre familiar y profesional, es sobresaliente. Las ciudades necesitan sitios así, que en apenas 8 años son íconos gastronómicos. Si me preguntan a donde llevar un turista, no lo dudaría un segundo: Agua Dulce. En el Parque del Periodista. Para ir y volver y volver y volver…

Por Efraín Azafrán
efrainazafran@gente.com


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