Unas arepas de chócolo perfectas

Gracias al empecinamiento de los defensores de la arepa como máxima exponente de la cocina antioqueña, con mi grupo de amigos sibaritas nos hemos dedicado casi a competir por aquel que encuentre las mejores.
En ese concurso exquisito hemos probado de todo tipo, muchas preparadas por señoras de Medellín y familias por todas las carreteras y pueblos, dedicadas a sacar adelante sus familias con pequeños emprendimientos creados para conservar la auténtica arepa paisa y no dejarla desaparecer de las manos siniestras de eso que venden hoy hecho en serie, como si fueran baratijas chinas.
Hasta ahora hemos probado de Jericó, Yarumal, Barbosa, Carolina del Príncipe, Tarso, Bolívar, Gómez Plata, El Peñol, San Pedro, San Carlos, San Rafael, El Retiro, La Unión, Sonsón, Abejorral, Santa Fe de Antioquia y Jardín, que, recuerde, no porque haya ido a todos, sino porque en el grupo tenemos el compromiso de traer para repartirnos entre el combo y poder decidir cuáles son las mejores.
Y si bien no traje de Bogotá la arepa ganadora, sí me anoté un punto con el libro Arepas colombianas, técnicas profesionales de cocina, del chef Carlos Gaviria, que contiene las recetas por regiones, ya que cada departamento tiene sus formas de hacerlas. Me gustan mucho las llaneras, con harina de maíz y queso rallado; las santandereanas, con chicharrón picado, y las boyacenses, nada parecidas a las de aquí.
Las telas blancas paisas preparadas en las casas pueden ser las que más me gustan con las de bola de mote que se consiguen en los pueblos. En mi casa, cuando yo estaba chiquito, les poníamos bastante mantequilla y mermelada, queso blanco o quesito.
Palabras mayores son las de chócolo, preparadas en callanas de barro o cacerolas de hierro, en hornos de piedra o de leña, con bastante quesito, la prueba viviente de que sí existe el matrimonio perfecto o casao, como también se dice; maridaje, para los muy cachés.
Y para qué, pues, las mejores en muchos años las encontramos mi flaca, los enanos y yo en un sitio con un nombre muy particular, pero imposible que sea más claro: Estadero Ricas Arepas, entre Don Diego y las partidas de El Retiro, al lado de Cantaleta, facilísimo de reconocer por el parqueadero repleto de viernes a domingo.
Cómo era posible que no las hubiéramos probado. No son dulces ni lo contrario, no son esponjosas ni duras, no son tostadas, pero sí crocantes, ni arenosas, más bien delicadas, en síntesis, son perfectas, más con la delicia de quesito, bastante exuberante, por cierto, con que las acompañan.
No hemos ido sino una vez, pero ya nos declaramos enamorados de Ricas Arepas. Por la carta y los platos que llegaban a las mesas de los vecinos, vimos que venden morcilla, chorizos y chicharrones que se veían muy apetitosos, pero todos preferimos repetir arepa. Hubiera podido con otra, pero la mirada amorosa de mi flaca no me lo permitió.
Por Efraín Azafrán
efrainazafran@gente.com