Así merca un chef en La Mayorista

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Como varias veces he mencionado mis recorridos casi diarios por las plazas de mercado de Medellín, he recibido montones de cartas de varias lectoras queridísimas que me preguntan por mi recorrido, una especie de terapia mental en donde recargo energía conversando con la gente de los locales y de varios comederos que no perdono muy a pesar de la dulce cantaleta de mi flaca, porque según veo en mis bluyínes lo que más ha crecido es la cuenta bancaria de mi dietista.

Viviendo en el exterior adquirí la costumbre de mercar en plazas, aquellos centros de acopio de vegetales, frutas, carnes, aves, pescados, quesos, huevos, panes, dulces artesanales y abarrotes en donde encuentra buenos precios, alimentos muy frescos, atención amable y personalizada, de hecho, en todas tengo montones de amigos de los que constantemente aprendo secretos, recetas y técnicas que nos facilitan la vida a los amantes de la cocina. Hoy empiezo estas crónicas por las plazas de mercado con La Mayorista.

Mi recorrido arranca en Setas de Cuivá en donde encuentro hongos ostra, shitakes, champiñones de parís, criminis y portobellos, cultivados entre Santa Rosa y Yarumal; nada que envidiarle a los que compraba en la campiña italiana, es más, podría asegurar, que estos son mejores.

De ahí me cruzo a la Pesquera Amazonas en donde me surto de almejas, cangrejo, langostinos, langosta, tilapia, trucha, dorado, pargo, sierra, bagre, cachama y lenguado, ya que mi flaca y los inquietos aman la comida de mar.

Luego me voy a La Estancia, la quesera favorita de muchos cocineros por quesos campesinos, queso costeño, cuajada, mantequilla y crema de leche de producción artesanal provenientes de todo el país.

De ahí me cruzo hasta Las Malvinas en donde hay cientos de puestos de frutas y verduras; allí llevo los amigos chefs que me visitan del exterior y salen extasiados ante la variedad de la oferta ya que muchos vienen de países en donde no encuentran ni el 20% de lo que tenemos aquí y los descresto con cosas que no conocen como la maracuyá, el chachafruto, la badea y el melocotón paisa.

A pocos pasos cruzo donde John Alcides a Tecnicarnes en donde me ayuda con cortes de res que muy pocos saben hacer como él y compruebo que la carne colombiana nada tiene que envidiarle a ninguna en el mundo.

Al lado encuentro los cítricos a Bervasquez con mis amadas naranjas ombligonas tan escasas y mandarinas de varias clases. Por el cerdo camino hasta Porcicarnes en donde me surto de cortes que solo tienen ellos, como la cabeza de lomo y el chicharrón costeño con costilla. Casi diagonal, una parada obligada es en Distri25 por las cervecitas de mi consorte preciosa, en donde Mauro y el mono me atienden como un príncipe.

Mi recorrido termina en Pacardyl, un supermercado chiquito en donde encuentro lo que me hace falta, pero sobre todo una atención sorprendente; en ninguna parte del mundo me preguntan al pagar que si me hizo falta algo y si digo que si me lo mandan a conseguir.

Por mi trabajo conozco plazas de mercado en casi todos los continentes, algunas tan famosas como las de París, Madrid, México, San Francisco, Oslo, Shanghái y Anchorage, pero me quedo con las de aquí: la América, Envigado, Rionegro, la Mayorista, la Minorista y la de Flórez.


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