Estas hamburguesas en El Poblado son una cosa de locos

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Casi me muero de amor cuando mi chiquita con su voz melosa de mimada, que me desarma cada vez que me habla, me preguntó: “papi, ¿cuándo nos vas a volver a llevar a comer a un restaurante?”, refiriéndose a ella y su hermano mayor que han resistido con paciencia el encierro y ya nos han visto salir dos veces a comer afuera a la flaca y a mí.

 

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Los enanos resultaron como sus papás, pichones de sibaritas, amantes de los sabores y el placer de comer rico y a pesar de que hemos cocinado y pedido a domicilio toda clase de platos, no veían la hora, como gran parte de la humanidad, de volver a sentarse a manteles.

Así pues, el viernes pasado nos fuimos los 4 estrenando tapabocas, armados de alcohol y antibacterial, pero sobre todo, muertos del hambre, para el sitio que ellos escogieron, a donde habíamos ido un par de veces antes de la cuarentena, Jardín Latino, en la 10, donde era la antigua sede de la colegiatura, que lo convirtieron en un sitio de esos maravillosos de encuentro de amigos y sabores, en medio de un ambiente lleno de verde, en donde uno se siente como en el Soho de Nueva York, Pier 39 o en los rincones góticos barceloneses, lleno de gente linda, buena música y un montón de locales de comidas con una oferta magnífica.

Sitios así hablan mucho del crecimiento de la cultura estomacal de la ciudad que se prepara para recibir las oleadas de turistas nacionales y extranjeros, que muy pronto se volverán a ver por nuestras calles.

Lo recorrimos todo y no fue muy fácil ponernos de acuerdo por tantas cosas tan ricas, pero al final decidimos sentarnos en uno de los primeros que encontramos entrando por la 10. Débora, ¡oh sorpresa!, qué sito tan estupendo, qué comida tan rica, impecable todo, los sabores, las porciones, los precios, las presentaciones.

Los chicos sin dudarlo un instante se lanzaron tras dos hamburguesas “old school”, la flaca y yo no nos aguantamos las ganas y pedimos las “dirty fries” de entrada para los cuatro, que resultaron un preámbulo fabuloso para lo que siguió.

Las dirty fries son de locos con sus papas fritas crocantes, perfectas, pulled pork, sour cream, aguacate, mermelada de tocineta, cheddar y mayonesa casera. De entrada, nos dimos cuenta de que esta gente la tiene clara y se nota que fue un negocio estudiado en detalle con una oferta muy americana ejecutada a la perfección.

Las hamburguesas de los enanos resultaron de locos, verles la cara de felicidad cuando empezaron a comer fue la mejor recompensa para unos papás que soñamos con que aprendan a disfrutar de la comida, desde una mazamorra, hasta un tamal o una hamburguesa como estas preparada con tanto talento.

La flaca y yo de platos fuertes pedimos las costillas holy ribs con bbq de la casa y el blue beef, medallón de solomito con crema de queso azul, dos elecciones formidables que justificaron hasta el último centavo que pagamos, entre otras cosas, con unos precios más que razonables, si sumamos la comida exquisita de principio a fin, el servicio personalizado por uno de sus socios amabilísimo, el ambiente maravilloso, pero sobre todo la satisfacción de los niños que quedaron enamorados del sitio y nos hicieron prometerles que pronto volveríamos con sus abuelos y tías insaciables que adoran comer invitadas.

Mis amigos glotones se rieron cuando les hablé de mi descubrimiento ya que según me enteré han sido asiduos de las preparaciones al barril de Débora, notables. Reservas por WhatsApp 301 7786400, @debora.mde

Por Efraín Azafrán
efrainazafran@gente.com


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