El mejor palito de queso de Medellín

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El que en Medellín no ha ido a Pecositas no sabe lo que es el mejor palito de queso de la ciudad ni las mejores croquetas ni las empanadas… en fin, no sabe lo que es bueno.

Haciendo la lista de negocios de comida que fueron famosos en los años 70 y 80, salió a relucir uno que es de esos adonde hemos ido todos alguna vez, y muchos como los Azafrán lo visitamos con bastante frecuencia porque cada día es mejor y nos gusta más. Mi flaca, los enanos y yo lo adoramos, y es que si hay algún espacio gastronómico familiar de verdad en Medellín, ese es Pecositas. Un sitio sin ninguna pretensión distinta que hacer comida rica, muy rica.

Si no estoy mal, empezó en el mismo local en que sigue hoy, entrando a Envigado, aunque nosotros vamos mucho al de la transversal Inferior, que nos queda más cerquita de la casa. No conozco a sus dueños, pero estoy convencido de que tiene que ser un emprendimiento familiar, de esos que se abrieron con recetas de alguna tía.

Unos días después de volver a Medellín no aguanté la tentación y allí me fui con mi flacura preciosa y los adorables insoportables. Mi emoción fue grande cuando pude comprobar que se conservaban los mismos sabores de la última vez que fui, a mediados de los 80.

Pocos negocios como este son buenos para desayunar, tomar la media mañana o el algo, almorzar y comer, pues veo que con los años han ido incorporando varios productos y platos que conservan la esencia de sus sabores basados en ingredientes de primera y perfecta aplicación de técnicas culinarias.

Me muero de la risa cada vez que voy, porque mi flaquita del mundo fitness termina comiendo más que yo, pues sucumbe ante las tentaciones con las empanadas, los rollitos de tocineta, los palitos de queso, los pasteles de pollo, las croquetas y las lumpias.

Mi chiquita, que me regañó porque nunca hablo de ella en estas crónicas, prefiere todo lo que ve dulce en las vitrinas, pero muy especialmente los coscorrones, las cocadas, los corazones de hojaldre y los alfajores; veo en los ojos de mi chiquitolina a su mamá, que todavía me quita el aliento cuando me mira y pienso en lo duro que me va a dar cuando algún impertinente se le ocurra invitarla, aunque sea llamarla.

Los señores de la casa nos escapamos de vez en cuando en programa de “hombres solos” y aprovechamos para deleitarnos con alguna de sus especialidades más elaboradas, detrás de las que van cientos de comensales a almorzar, como la cazuela de mariscos, la de pollo o el patacón combinado. Y, por supuesto, no perdonamos el remate con los strudel de manzana, los brownies y los mazapanes. La penitencia nos la cobran las damas que exigen que les llevemos un poquito de todo.

Me gusta tanto Pecositas, que haciendo esta reseña se me pegó el célebre “cucarachero”, el bambuco rolo que dice: “El que en Bogotá no ha ido con su novia a Monserrate no sabe lo que es canela ni tamal con chocolate.” El que en Medellín no ha ido a Pecositas no sabe lo que es el mejor palito de queso de la ciudad ni las mejores croquetas ni las empanadas… en fin, no sabe lo que es bueno. No rima, pero es verdad.


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