La felicidad en forma de arepa

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La nota de hoy no es de una emprendedor si no de dos. Seguimos empeñados en darle una mano a la gente que se la está rebuscando con sazón y tesón.

Comparto el desconsuelo de los que creen que la industrialización de la arepa es una representación lamentable de la decadencia de nuestra cocina regional. Y no creo que deban desaparecer las fábricas de arepas, pero sí que deben replantear la preparación para que se parezcan más a las caseras, sobre todo por la protección del que debería ser el icono de la cocina antioqueña.

Es rico recorrer tiendas de barrio y descubrir que cientos de familias se resisten a dejar morir “la arepita de Medellín”, como se le decía en los ochenta. Miles de familias derivan el sustento de las arepas, desde los campesinos que cultivan el maíz, los que amasan, preparan, trasportan y comercializan. No veo la hora de volver a salir para comprar de todas las que venden en los pueblos.

El año pasado los Azafrán nos fuimos en combo al evento de arepas que organizó la Alcaldía en el centro y no solo pudimos comer sino surtirnos para varias semanas, entre otras porque nada más barato que una arepa, y nada mejor para acompañar todas las comidas. Nosotros por la noche quedamos muy bien con una arepa con quesito y un café. Nos gustan de todas, de mote, chócolo, tela blanca o amarilla, redonda y maíz sancochado.

Pero no solo aquí se hacen esfuerzos por conservar las caseras, compré el magnífico libro Arepas Colombianas, del chef Carlos Gaviria, en el cual hace un recorrido delicioso por las de cada región. Yo las amo santandereanas con chicharrón, llaneras de harina de maíz y queso costeño, boyacenses con sabor a almojábana, caucanas con la forma perfecta para rellenar con salsas y ajíes, cartageneras anisadas y de huevo.

Me he propuesto conocer y probar todas las caseras que encuentre, por eso en estos días que leí a una periodista hablando de las arepas de su tía Rocío, no dudé en llamar a pedir. Me contestó la propia, que se ve que es una de esas señoras queridísimas, que me hizo antojar de todas, telas blancas, redondas y de chócolo, hechas por ella con su familia.

Me las trajo hasta la casa sin cobrar el domicilio, aunque le insistí que lo debía cargar a la cuenta, ya que si queda algo barato en esta vida son las arepas. Llame a la Tía Rocío 311 3222663 y reviva el placer de comerse unas arepas bien arepas, del otro mundo.

La otra mujer emprendedora sensacional se llama Isabel. Ella, viene semanalmente a Medellín desde San Pedro con sus famosas arepas de queso, una cosa de locos, las mejores que haya probado jamás, pero además trae chorizos de La Torre, arepas de chócolo, pandequesos, almojábanas, queso siete cueros, cuajada y quesito envueltos en hoja, que hacen sus vecinos del campo.

No nos aguantamos y pedimos de todo y quedamos apuntados para todas las semanas. Isa, como se llama su negocio que sabe a campo, lo va a hacer muy feliz en el 312 2601143.

Por Efraín Azafrán
efrainazafran@gente.com


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