Chorizos con la receta familiar que enamoran

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Tendría como 6 o 7 años cuando uno de los momentos que más esperaba en la semana era la llegada del vendedor de caramelos los domingos al mediodía.

Me paraba por horas en la ventana a mirar cuando aparecía con sus colombinas de colores en forma de estrellas, ositos, globos y marranitos, amarillos, rojos o verdes que sabían todos a lo mismo, a 20 centavos, que yo reservaba sagradamente de la plata de la semana. A veces sigo soñando con ese guerrero que fue uno de mis héroes de infancia.

Será por eso que una de las palabras que más me gusta es emprendedor, que encierra el espíritu de los que sacan su familia adelante con esfuerzo, imaginación y honestidad. Maestros del rebusque. Desde que Gente me invitó a hacer esta nota, he procurado encontrarlos para exaltar su trabajo.

Y es que desde que los enanos estaban muy chiquitos los acostumbramos a comer en la calle, en puestos populares, carretas y caspetes. En México descubrimos los chapulines maluquísimos, las paletas de jícama, los picadillos de garra de cerdo cocida y todas las formas de tortilla con carnitas y salsas.

En Argentina somos dichosos comiendo garrapiñados, panchos y choripán en Florida y Lavalle. En Ecuador aprendimos a comer crispetas “canguil”, como guarnición de casi todo. Aquí somos asiduos a los cebiches de los motorizados de Tolú y Coveñas, al cuy pastuso, a las empanadas de Pipián y la carantanta en Popayán, donde además nos atrevimos a probar las adherencias de la placenta de los terneros nonatos y al friche con chicha masticada de los wayuús en la Guajira.

Como lo repito a boca llena, nada me emociona tanto como verlos felices comiendo mazamorra pilada y tomando guanabanol de los que venden en las bicicletas con cajón.

Como las amigas de la flaca saben nuestra devoción por los sabores auténticos de la calle, en estos días la chef Marcela Pérez, de su combo de muditas bilingües fit, nos invitó a conocer a Laura Ángel, en Caldas, creadora de Señales de Humo, un sitio que nos enamoró desde el nombre, más con su historia de emprendimiento ejemplar y mucho más con sus sabores formidables.

Todo empezó porque en una reunión hablamos de las obleas con arequipe de Caldas que comíamos cuando estábamos chiquitos, que siguen igualitas en el mismo punto; terminamos haciendo un recuento de los sitios ricos para comer de este municipio que fue lejano alguna vez, que hoy es casi parte de Medellín.

Señales de Humo tiene esa historia en común que distingue los mejores restaurantes, pues empezó de la nada, solo con las ganas de trabajar y 20 chorizos preparados con la receta del papá, que se vendieron en pocos minutos en el antejardín de la casa donde instalaron un asador diminuto.

Las ganas, el talento y la sazón hicieron realidad este sueño y hoy Señales de Humo tiene un local con un ambiente rico, una parrilla de verdad y una carta no muy extensa, con una oferta muy bien diseñada.

Lo que no cambia es que Laura sigue al frente de todo con su buena mano y su sonrisa, sus clientes fieles desde que empezaron, pero sobre todo una sazón sin igual. Comimos mazorcas gratinadas con tajín, chicharrones ahumados al cilindro, punta de anca y los chiquis hamburguesas “delis”, pero, por supuesto, lo que más nos gustó fueron los chorizos con la receta familiar. En la carrera 47 # 33 sur 17 del barrio La Playita encontramos la alegría.

Por Efraín Azafrán
efrainazafran@gente.com


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