Un auténtico asado argentino en Medellín

Un estudio del gremio gastronómico determinó que el 70 % de la gente que sale a comer prefiere carnes a la parrilla.
Recuerdo cuando estaba chiquito, que mi papá nos llevaba al Doña María de la curva arriba de la Facultad de Minas, y más lejos aún al Noral, que desapareció con la doble calzada Bello Hatillo, al pencil por La Fe a comer carnes con arepa de chócolo en leña o hasta los asados del Mosco en la autopista Medellín-Bogotá en donde después de hacer largas filas lograba comerse el mejor asado de la época.
Con los años empezaron a llegar las parrillas a la manera argentina con La Tranquera de José Roberto Jaramillo, los Tambos, la Sombrilla, el Che al lado del parque de El Poblado, los del gordo Aníbal en el Patio del Tango en Barrio Antioquia y los no menos importantes, para los asiduos de la bohemia de arrabal a dos cuadras del cementerio de San Pedro en Lovaina.
Sería muy difícil afirmar que los mejores asados del mundo son los argentinos, cuando los uruguayos, los texanos estabulados, los wagyu japoneses, los caribeños callejeros, los rodizios portugueses o brasileros, y en general la cultura de la parrilla se tomó todas las culturas gastronómicas del mundo.
De lo que sí no me cabe la menor duda es que Argentina es el único país del mundo en donde el asado más que un plato es un ritual alrededor del cual se enaltece la amistad y la familia, así como cebar mate, comer facturas al desayuno o ñoquis los 29 de cada mes.
Un argentino domina las artes de la parrilla cuando está aprendiendo a sumar y restar. El respeto y la veneración por las carnes de vacuno, chivito y cordero sobrepasa por mucho a cualquier país del mundo y aunque soy de los que creo que hoy en Colombia consumimos carnes y cortes notables por su calidad, cada vez que puedo me voy a Buenos Aires y la Patagonia a revivir esa emoción que siento al enfrentarme a un ojo de bife de 700 gr., un carré de cordero lechal o unos chinchulines de chivito en Paso del Águila preparado en el quincho por paisanos.
Y si bien en Medellín las parrillas sobrepasan en gran cantidad la oferta de cocina colombiana, hay una en la que me siento como en medio de Florida y Lavalle, no solo porque casi toda la gente que cocina y atiende viene del bello país austral, sino porque dominan como sus paisanos el arte de la hospitalidad.
Se trata de Malevo en el Barrio Manila, en donde se puede vivir todo el ritual argentino con sus empanadas prolijas (perfectas) de humita o cordero, tartas de berenjenas, escabeches de muerte lenta, lengua a la vinagreta que me quita el habla, chorizo gaucho cortado a cuchillo, provoleta, mollejas de res, OMG, los chinchulines auténticos, eso apenas contando algunas de las entradas más argentinas que la misma Evita.
De ahí se pasa a los cortes gauchos célebres en el mundo como el bife, el vacío, mi infaltable ojo de bife con hueso, el cuadril, el asado de tira que son las costillas y la entraña, entre otros.
No se puede ir a Malevo sin probar los mejores postres del inventario porteño como los alfajores, los panqueques con dulce de leche, el budín de pan, el flan o la torta helada. Por supuesto que no se concibe una parrilla argentina de respeto sin una selección de vinos notable, con precios más que razonables, tal cual como en medio de Florida y Lavalle o en Malevo en pleno barrio Manila.
Cada vez que quiero sentirme en mi segunda casa, ya que me declaro enamorado del país gaucho, me voy con la flaca a Malevo a comer de tiro largo, despacio, saboreando algún vinacho mendocino mientras la miro a los ojos y siento que la amo cada vez más. Reservas 318 201 5365.
Por Efraín Azafrán
efrainazafran@gente.com