Ver la vida con ojos de niño

ver-la-vida-con-ojos-de-nino

Tener un hijo, me ha cambiado la vida. No sólo porque sea algo maravilloso, porque sea algo que sólo puede saberse cuando se vive o porque sea una fuente de felicidad y de aprendizajes. Particularmente me ha transformado la existencia porque me ha recordado algo que, como adulto, olvido con mucha frecuencia: ver la vida con ojos de niño.

Alejandro, así se llama mi hijo, ha confrontado mi existencia. Con sus frases, sus actos, sus miradas y sus silencios, ha hecho que muchas de mis certezas se tambaleen y que muchas de mis preguntas se transformen o se profundicen. Como psicólogo he estudiado durante varios años los temas relacionados con el desarrollo inicial y sobre ello he dado cursos, seminarios y conferencias. Sin embargo, el saber que he adquirido con mi hijo desborda cualquier conocimiento académico que durante estas décadas haya construido.

Hace poco en un centro comercial estábamos comiendo un helado y pasó alguien que yo conocía. Por cortesía saludé e incluso me acerqué a su bebé para saludarlo. Nos despedimos y mi hijo me dice una frase contundente: papá, ¿por qué algunos adultos no ven a los niños? Es cierto; en esa corta conversación ni una mirada, ni un saludo, nada. Como si él no existiera; y aunque podría no haberlo notado, lo notó y se impactó.

Los adultos estamos acostumbrados a cambiar de acera para no saludar a otros, a hacernos los distraídos para no acercarnos a alguien o simplemente nos escondemos detrás de nuestros celulares para desconectarnos de la realidad. Sin embargo, los niños, a pesar de esconderse con timidez detrás de los padres, buscan el contacto y requieren la mirada del otro, así sea para quedarse en silencio.

Los niños ven el mundo con otros ojos, tienen una sensibilidad diferente e incluso, una estatura que les permite entender la realidad desde una óptica distinta. Para el niño la mirada se ubica en lugares físicos y simbólicos que son ajenos para el adulto. Por ello el niño encuentra lo que el adulto no ha visto y por eso se vincula de forma distinta a su medio circundante, con ojos de fantasía y con miradas de asombro.

Ver como los niños

Es claro que una vez crecemos, ya no podemos volver atrás en nuestra historia más allá de la memoria y el recuerdo. Lo vivido, vivido está y lo que ocurrió ya está escrito de manera inevitable. Sin embargo, es posible reconectarnos con el presente desde nuevos lugares y para ello, puede ser útil hacerlo desde el referente de los niños y de la niñez.

Ver el mundo como lo hacen los niños, implica dejarse sorprender por el mismo, permitirse el asombro frente a lo conocido y adentrarse en lo desconocido como si fuera una aventura o como si ello condujera al encuentro de un tesoro. Implica hacerse preguntas constantes por lo que se observa y seguir indagando como un eterno investigador a quien nunca satisface una respuesta porque siente que siempre hay algo nuevo por encontrar.

No se trata, creo yo, de hacer una especie de regresión a la etapa infantil y olvidar lo que implica ser adulto. Es una invitación sugestiva a permitir que la vida sea leída como algo menos fatídico, que las relaciones se vivan con mayor sinceridad y apertura, que los problemas se relativicen y que la energía esté puesta más que en la dificultad, en la posibilidad para encontrar respuestas para hacerle frente a aquello que se ha complejizado.

Todos hemos notado que, en la mayoría de las situaciones cuando los niños se pelean entre sí, la cercanía se recupera pronto. También hemos notado que los niños pueden preferir una caja de cartón, un pedazo de madera o un lápiz viejo y mordisqueado, a un juguete de varios cientos de miles de pesos. Más allá de un asunto de sencillez o de simpleza, se trata de una forma particular de relacionarse con la realidad: se prioriza lo que hace disfrutar, se deja de lado el deber ser y se pone toda la energía en aquello que mueve las ganas y el deseo.

La adultez es un momento vital altamente significativo y que transcurre durante un número importante de décadas mientras que la niñez es una etapa corta, temporalmente hablando, que no dura más de doce años. Puede ser importante mantener, retomar y resignificar algunas de las características de aquello que fue significativo en la niñez, de aquello que caracterizó nuestro ser en el mundo en ese momento y volcarlo a la puesta en escena de la vida adulta. Ser adulto no es una condena ni tiene que ser un momento tedioso y aburrido que dura hasta la muerte. Puede ser un momento plenamente vivido, que reconozca las dificultades y las enfrente y que incluso con ellas, construya alternativas posibles de ser vividas.

Celebrar la niñez

En nuestro país, el mes de abril tiene como punto central de celebración, a la niñez. Durante estos 30 días se diseñan campañas, se difunden mensajes y en las instituciones educativas se celebra la vida de niños y niñas, se reconocen sus particularidades y se valoran sus condiciones específicas de desarrollo.

Es una celebración que habrá de durar todo el año y que, tanto en los adultos como en los mismos niños, habrá de permitir que la mirada puesta en ellos, favorezca su cotidianidad, haga más tranquilo su paso en el mundo y ayude a que sus derechos sean garantizados desde su nacimiento.

Lamentablemente los niños y las niñas en muchos de nuestros barrios y en muchos de nuestros contextos, independientemente de su estrato socioeconómico, viven situaciones de exclusión, de maltrato, de abandono y de violencia. Lejos de tener una vida tranquila y en paz, sufren de múltiples violencias y pasan por situaciones complejas que en muchos casos ponen en riesgo su vida.

Aunque posiblemente en ningún momento de la existencia el equilibrio total exista, es necesario poner la mirada en la niñez para que la misma se conciba desde lo social y lo individual, como un momento de desarrollo posible, como una ruta de crecimiento que parta de la confianza y el afecto y como una condición que se viva desde el cuidado y desde el disfrute.

Celebremos con nuestros niños y celebremos nuestra propia niñez, asombrándonos con la vida, reconectándonos con la cotidianidad y disfrutando de la existencia segundo a segundo. Que ello nos permita vivir nuestra adultez con mayor plenitud, con mayor equilibrio y con mejores posibilidades de desarrollo.

 

Columna publicada el 26 de abril de 2018 en la edición impresa del periódico Gente

 


Compartir