tu-y-yo-estamos-locos-lucas

Inicio este escrito con un planteamiento que puede ser suficientemente común para la gran mayoría de nosotros: en algún momento de nuestra existencia la vida cotidiana pareciera ponernos al límite de nuestras fuerzas tanto corporales como mentales y podemos llegar a sentir que no damos más y que no somos capaces de seguir adelante. El agite del trabajo y de la vida familiar, los largos tiempo de desplazamiento entre la casa y el trabajo (y peor aún cuando el recorrido es al contrario), los conflictos propios de la interacción con otros, la necesidad de estar hiperconectados y la rapidez e inmediatez con que nos hemos acostumbrado a vivir, nos pueden desgastar y generar múltiples sensaciones y emociones, que pueden convertirse en grandes dificultades si no les prestamos atención a tiempo.

A la manera de los personajes de Chespirito, serie televisiva de los años 70 y 80, en algunos momentos podemos pensar y sentir que nos estamos enloqueciendo, que “se nos va a correr la teja” o que simplemente “nos chiflamos”. Lucas Tañeda y Chaparrón Bonaparte, los personajes del programa en mención, tenían que vérselas con esas ideas y utilizaban una expresión de bastante recordación: “la gente está diciendo que tú y yo estamos locos Lucas”. Ello se reafirmaba con la incoherencia de las frases con las que interactuaban e incluso, con la “chiripiorca” que eventualmente sufría Chaparrón Bonaparte, la cual se caracterizaba por unos movimientos estereotipados y repetitivos, que sólo eran calmados por una fuerte y sonora palmada en la espalda. Cuánto quisiéramos en la vida diaria que esa sensación de angustia o de cansancio, de agotamiento e incluso de locura, tomara la forma de la chiripiorca y que tuviera una solución tan simple como un empujón o una palabra. Sin embargo, ello a veces no es tan simple y necesitamos buscar ayuda.

Una idea social bastante arraigada en nuestra cultura, muestra que buscar ayuda profesional, bien sea de un psicólogo, un psiquiatra o de cualquier clase de terapeuta que aborde lo mental, indica que estamos locos, lo cual de entrada cierra la posibilidad de pedir apoyo. La situación se complica si somos hombres ya que hemos de ser fuertes y estables, tenemos que “tragar entero” y no quejarnos como lo pueden hacer las mujeres. Estos planteamientos sociales tienen efectos importantes en las maneras en las cuales comprendemos nuestras realidades y en la forma en la cual, actuamos dentro de la cotidianidad.


Es claro que no todos necesitamos ir al psicólogo o al psiquiatra cuando tenemos alguna situación problemática; no todas las dificultades de pareja requieren acudir a una terapia de pareja, ni todos los conflictos familiares implican que haya de buscarse un especialista en dicho campo. Aunque existen planteamientos en torno a que todos tenemos que acudir a algún especialista en el campo de la salud mental en algún momento de nuestra vida, ello tendrá que depender del deseo personal y de la capacidad de hacernos preguntas a nosotros mismos. Sin embargo, hay momentos en los cuales valdría la pena que superáramos la barrera cultural que pone a quien asiste a consulta psicológica o psiquiátrica en el lugar del loco, y acudiéramos a alguno de estos espacios no sólo en búsqueda de respuestas, sino fundamentalmente, para poder preguntarnos por nuestra realidad y en especial, por nuestro sufrimiento.

¿Cuándo ir entonces donde el psicólogo, el psiquiatra o donde algún terapeuta que aborde lo mental o que nos pueda ayudar con aquello que nos hace sufrir? La respuesta no puede ser única y dependería de múltiples factores. Sin embargo, hay algunos elementos que valdría la pena identificar y desde allí, tomar la decisión desde el propio deseo.

En primer lugar se hace necesario revisar el grado de malestar que experimentamos y la intensidad del mismo. A veces no tienen que pasar grandes eventos para sentir que estamos fuera de control, ya que las pequeñas cosas de la vida pueden tener efectos impensados en nosotros. Así a otras personas les parezca que la razón por la cual sufrimos no es razón para sufrir, la valoración personal es fundamental para tomar la decisión de buscar ayuda. En segundo lugar se hace necesario revisar la duración de esa sensación de malestar y de sufrimiento. No hay un tiempo estandarizado para decir que ha llegado el momento de buscar ayuda, pero si han pasado ya varios días o incluso semanas con la misma sensación de haber llegado al límite y la sensación se identifica como algo que no se resolverá pronto, puede ser necesario dejarse acompañar. Y en tercer lugar, es fundamental identificar si la sensación de desgaste y de malestar, ha comenzado a tener efectos en la vida familiar, laboral y social, e incluso en otras dimensiones de la propia vida. Cuando el efecto de lo que sentimos ya no sólo es interno si no que comienza a tener impactos en la relación con los otros de manera significativa, puede haber llegado el momento de buscar ayuda.

“podemos decirle a otros e incluso decirnos a nosotros mismos: “tú y yo, no estamos locos Lucas” “

De todos modos y así se acuda o no a consulta psicológica o psiquiatrica, vale la pena hacerse preguntas en torno a la manera en la cual vivimos nuestro día a día. Bajarle el ritmo a los agites laborales, no profundizar las crisis de pareja o de familia, balancear la vida con actividades y espacios que generan disfrute, pueden ser vías importantes para seguirse construyendo y reconstruyendo de manera cotidiana.

No estamos condenados a “ser locos” o a “estar locos” y contrario a lo que Chaparrón Bonaparte y Lucas Tañeda expresan, podemos decirle a otros e incluso decirnos a nosotros mismos: “tú y yo, no estamos locos Lucas”

Juan Diego Tobón L.


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